En uno de los retiros anuales de los líderes de nuestra iglesia, después de una tarde atareada de trabajo, la mayoría de nosotros, los hombres, decidimos relajarnos y ver un partido de campeonato de baloncesto. El partido no marchaba muy bien para uno de los equipos, así que la estación televisora constantemente cambiaba la escena, del partido al entrenador. Conforme la distancia en el marcador se ampliaba, el hombre se mostraba cada vez más molesto.

Justo por encima del hombro del entrenador estaba sentada una mujer que llevaba una blusa ampliamente escotada. Cada vez que la cámara mostraba al entrenador, el camarógrafo se aseguraba de incluir a la mujer; no la cara, por supuesto, sino simplemente lo que él y la mayoría de hombres con sangre en las venas hallaba más interesante. Sin que sea sorpresa, la televisión mostró al entrenador un montón durante la segunda mitad del juego. Con cada toma del entrenador, veíamos menos del entrenador y más de la seductora mujer que estaba detrás de él; aunque nunca vimos su cara.

Noté que mis colegas ministros estaban cada vez más silenciosos, y después de un tiempo el salón parecía más un claustro. Finalmente, dije: “Parece que es difícil mantener los ojos en el entrenador, ¿verdad?” Los colegas se deshicieron en risas mientras toda onza de tensión desaparecía. No pienso que alguno de los presentes hubiera sido culpable de lujuria, aunque así es exactamente cómo todo empieza.

En un momento desprevenido, inesperado, algo capta nuestra atención, y sin límites apropiados y un reconocimiento sincero de la tentación, en silencio y en secreto nos rendimos. Podemos atascarnos en la imagen, cultivarla hasta que sea una fantasía, y, incluso en medio de un salón lleno de colegas ministros, permitir que el impulso nos arrastre a los deseos lujuriosos.

Pero recuerde: El simple hecho de notar una imagen seductora no califica como falta de dominio propio; sin embargo, lo que sucede apenas cinco segundos después de eso puede calificarse como tal o no, dependiendo de lo que escojamos hacer.

El apóstol Pablo obviamente tenía la misma inclinación a la falta de dominio propio como el resto de nosotros. Él escribió: “sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado” (1 Corintios 9:27).

Quisiera que el ministerio a tiempo completo hiciera más fácil la batalla contra la carne, pero usted y yo sabemos que no es así.

Incluso mientras Pablo escribía palabras inspiradas por Dios, tenía que fajarse los pantalones y enfrentar un enemigo en una guerra civil que no deja pasar ni un solo día.

—Chuck