A pesar de una iglesia que crecía y necesidades urgentes, los apóstoles mantuvieron sus prioridades. ¿Cómo? Persistiendo “en la oración y en el ministerio de la palabra” (Hechos 6:4).

¿Puedo destacar algo obvio? Note lo que vino primero. La oración debe ser la primera prioridad. “Exhorto ante todo,” le escribió el apóstol Pablo al joven pastor Timoteo, “a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres” (1 Timoteo 2:1, énfasis añadido). Me imagino que la pluma de Pablo se hundió fuerte en el pergamino mientras escribía esas palabras: “Exhorto ante todo.” La oración debe ocupar el lugar de prioridad en el liderazgo de nuestras iglesias; en la suya tanto como en la mía.

Tengo el privilegio de pastorear una iglesia cuyos ancianos y otros líderes son personas de oración. La oración es frecuente en nuestras reuniones. Antes de que se debata algún asunto de la agenda, oramos. Conforme la reunión avanza y surgen asuntos que son demasiado difíciles para nosotros o que requieren sabiduría especial, hacemos una pausa allí mismo y los elevamos al Padre celestial. Cuando revisamos el informe financiero y observamos cómo Dios ha provisto, deliberadamente nos detenemos y le alabamos en oración. Nunca concluimos una reunión sin dar gracias por la congregación, los ministros y todos los que están en cargos de liderazgo. Pasamos tiempo valioso en oración, minutos que un “modelo corporativo” para el ministerio consideraría un enorme desperdicio de tiempo.

Me encantan los escritos de E. M. Bounds, capellán durante la guerra civil de los Estados Unidos de América. Sus aleccionadoras palabras, escritas hace más de cien años, todavía se leen como si la tinta estuviera fresca sobre la página. Léalas lentamente. Léalas con todo cuidado:

Continuamente estamos procurando hallar nuevos métodos, planes y organizaciones para el extendimiento de la iglesia. Nos esforzamos por proveer y estimular crecimiento y eficiencia para el evangelio.

Esta tendencia del día tiene la proclividad de perder de vista al hombre. O de otra manera él se pierde en el teje y maneje del plan o la organización. El plan de Dios es hacer mucho del hombre, mucho más de él que de cualquier otra cosa. Los hombres son el método de Dios.

La iglesia está buscando mejores métodos; Dios está buscando mejores hombres. . . .

Lo que la iglesia necesita hoy no es más o mejor maquinaria, no nuevas organizaciones o más métodos novedosos. Necesita hombres a quienes el Espíritu Santo pueda utilizar: hombres de oración, hombres poderosos en oración. El Espíritu Santo no fluye por métodos, sino por medio de hombres. Él no viene a la maquinaria, sino a los hombres. Él no unge planes, sino a los hombres, ¡hombres de oración!1

Pero además de la oración misma, permítanme añadir de seguido que importa mucho qué oramos. Sólo las Escrituras nos dicen qué orar, cuándo orar, las razones para orar, cómo orar, por quién orar, a quién orar, y las cosas por las que hay que orar. Una oración por cualquier otro medio aparte de la sumisión al cuerpo de verdad objetiva, histórica, revelada en las Escrituras es una oración herética. Una “opinión errada” es simplemente eso: errada; y como tal, nunca será en la senda correcta que seguir para los que dicen ser parte del cuerpo de Cristo.

La unidad nunca se debe buscar a exclusión de la verdad. De hecho, Jesús no vio ninguna contradicción entre los dos esfuerzos (Juan 17:17-20). Más bien, son parte del mismo andar cristiano.

—Chuck

  1. E. M. Bounds, Power through Prayer (New Kensington, Pa.: Whitaker House, 1982), 9–11.