¿Me permite hablarle de manera muy personal?

Las presiones de nuestro tiempo nos han atrapado a muchos de nosotros, pastores, en la telaraña del pecado muy aceptable, y sin embargo agotador de energía, de la familia creyente: la preocupación. Vamos . . ., ¡no se ponga tan santurrón! Lo más probable es que usted se despertó esta mañana, saltó de la cama, y antes de hacer cualquier otra cosa se puso a la espalda su bien gastada mochila de ansiedad. Empezó el día, no con una oración en su mente sino agobiándola con la preocupación. ¡Qué hábito más horroroso! (Me sucede a mí con demasiada frecuencia).

El estrés del afán drena nuestra energía y preocupa nuestra mente, privándonos de la paz que tanto necesitamos. Pocos en el pastorado están exentos. Nos afanamos por cosas grandes y cosas pequeñas. Algunos tenemos nuestra propia lista de preocupaciones que alimentan nuestra adicción al afán. La ansiedad se ha convertido en el pasatiempo favorito que detestamos con amor. Y peor, estamos pasándolo a nuestros hijos (y en mi caso, nietos). Al ver ellos la ansiedad en nuestras caras, y oírla de nuestros labios, estamos sirviéndoles como mentores en el arte de la ansiedad. No lo hagamos.

Como siempre, las Escrituras tienen la respuesta. Pablo escribió esto mientras estaba bajo arresto domiciliario:

Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos! Vuestra gentileza sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca. Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. (Filipenses 4:4–7)

Su receta para la ansiedad se puede reducir a este principio en ocho palabras:

No se afanen por nada. Oren por todo.

Un momento.

Antes de seguir, lea de nuevo esas ocho palabras, lentamente, varias veces. Note que el remedio para la ansiedad incluye una decisión. No está pidiéndole que exista usted en un estado de negación. La expresión “No se afane; sea feliz” no llega a apreciar la seriedad de sus preocupaciones. Usted se preocupa porque los problemas que enfrenta son difíciles de resolver. Todavía más, tienen consecuencias continuas si no se halla una resolución. Dios no espera que uno de repente deje de preocuparse. Más bien, ofrece una alternativa al hábito insensato y agotador de la ansiedad.

Antes de que se acabe este día, usted tendrá otra oportunidad para escoger entre la ansiedad y la oración. Decida ahora qué es lo que va a hacer. Decida ahora que cuando la crisis surja, usted transformará el afán en oración.

—Chuck