Algunas iglesias de hoy en día han adoptado un marco mental profesional. En la cultura de consumo en que vivimos, demasiados individuos pagan a los pastores para que hagan por ellos el ministerio, mientras que ellos se quedan sentados, contemplando pasivamente, y ofreciendo comentarios aquí y allá. ¿En dónde se halla eso en la Biblia?

Un pastor que permite que esto ocurra ha caído en lo que yo llamo «el síndrome de Supermán». No estoy hablando de ponerse una malla ajustada azul y una capa roja y estamparse una elegante «S» en el pecho; aunque oí de un pastor que hizo exactamente eso un Domingo de Resurrección (no es broma). Estoy hablando de la actitud que dice: «Yo solo me basto», «No necesito de nadie», o «No voy a admitir debilidad ni ineptitud alguna». Estas palabras delatan la presencia del síndrome de Supermán; ese peligro particular de los pastores que a la larga se quedan solos y se vuelven «el protagonista de la función». Cualquier pastor se predispone a defraudar a las personas cuando se presenta como Supermán.

Uno de mis mejores privilegios al principio del ministerio fue conocer a un hombre llamado Jim Petersen. Mediante su liderazgo capaz y carácter diáfano, el ministerio de Los Navegantes se amplió grandemente en Sao Paulo, Brasil, en donde él y su esposa, Marge, sirvieron por más de veinte años. ¡Qué pareja con corazón servidor! Cynthia y yo conocimos a Jim y a Marge en la sede de Los Navegantes en Colorado Springs. Yo era nuevo en el ministerio en ese tiempo, y demasiado ingenuo; así que estaba buscando una fórmula para el éxito en el servicio de Dios. «¿Cómo lo haces, Jim?» le pregunté. «Dime el secreto de ministrar a las personas». Esperaba que él dijera algo como: «Siempre marca el paso», o «Sé fuerte, pase lo que pase», o «Modela la verdad, y mantente fuerte contra el ventarrón que te ataca». No recibí nada de eso.

Jim se limitó a sonreír en su manera inimitable y contestó: «Chuck: deja que las personas vean las grietas en tu vida, y podrás ministrarles». Eso fue todo. Esa es la esencia destilada de todo lo que me dijo.

Al salir de su habitación ese día, me sentí como el desinflado joven rico que acababa de preguntarle a Jesús cómo heredar la vida eterna (véase Marcos 10:17-22). Como la respuesta sorprendente de Jesús a aquel joven, la respuesta de Jim no era lo que yo esperaba. Me dejó convicto. Me arrancó la «S» de mi pecho y cortó las cuerdas de mi capa. Yo estaba tratando de ministrar con mis fuerzas. Jim me presentó el reto de servir en debilidad. Me dijo eso hace mucho años, y sigue siendo una de las mejores lecciones que jamás he aprendido en el ministerio. Nunca la he olvidado, y nunca la olvidaré.

Al preguntar el apóstol Pablo en 2 Corintios 2:16: «Y para estas cosas, ¿quién es suficiente?» La respuesta obvia es: ¡Nadie! Al hacer esta pregunta Pablo nos mostró las grietas en su vida. Se bajó con sus propios pies de cualquier posible pedestal y se mezcló en las filas de la humanidad. Doy gracias a Dios por el apóstol transparente que realmente fue. Sus escritos permean vulnerabilidad.

Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros. (2 Corintios 4:7)

Obviamente, la actitud apropiada es abrazar este hecho: los pastores no son todo suficientes. Tenemos grietas que no debemos esconder. Necesitamos de otros.