Jesús le dio a la iglesia sus órdenes de marcha en términos prácticos. Usted conoce de manera familiar sus palabras:

“Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.” (Mateo 28:19–20)

Aquí, en la Gran Comisión de Jesús a Sus seguidores, no hallamos mayor reto. . . ni ninguna otra promesa más reconfortante. Eso es lo que Jesús quiso decir cuando les dijo: “Como me envió el Padre, así también yo os envío” (Juan 20:21).

Pero probablemente usted nunca ha considerado la Gran Comisión como parte de lo que hace contagiosa a una iglesia.

El mandamiento de “hacer discípulos” tiene dos partes.

  1. La primera, “bautizándolos”, da por sentado que hemos proclamado a los perdidos nuestra fe.
  2. La segunda, “enseñándoles que guarden”, nos dirige a hablarles de nuestra vida de fe a los que ya han creído en Cristo.

Mirando al capítulo 2 de la carta final de Pablo a Timoteo, vemos el resultado práctico de cómo el Señor quiere que tenga lugar esta “enseñanza”:

“Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros” (2 Timoteo 2:2).

Este versículo nos ofrece un principio práctico: Las iglesias que son contagiosas fielmente dan mentoría a los que llegan a la vida cristiana.

El verbo que nos da esta dirección es “encargar”. El término literalmente significa “depositar como un fideicomiso”. Me encanta esa imagen. Invertimos la verdad como un fideicomiso en las vidas de otros.

Es un mensaje valioso que pasamos a otros.

Las palabras de Pablo a Timoteo bosquejan un proceso de multiplicación que se puede visualizar en un gráfico sencillo:

Pablo –> Timoteo –> hombres y mujeres fieles –> también otros

Duane Litfin, ex presidente de Wheaton College en Chicago, llama a esto “la cadena interminable de discipulado cristiano”. Los Navegantes llaman a esto el “ministerio de multiplicación”. Ambos tienen razón. No hay duda; esta es una parte esencial de una iglesia contagiosa.

Pero hay una pregunta que debo hacer: ¿Está ocurriendo este proceso en su ministerio como pastor?