Permítame hacerle una pregunta retadora: ¿hay alguien a quien usted necesita perdonar?

Si hay alguien, es bastante probable, que sea alguien de su familia. Quizás su padre o su madre. . . O un hermano. . . O aún un cónyuge. . . Quizá un pariente. Podría ser alguien en su congregación. . . O un líder o un diácono. ¿Qué le detiene de tomar la iniciativa y corregir las cosas?

¿Puedo sugerirle la razón? Orgullo.

Encarémoslo: ninguna excusa le mantiene de la obligación bíblica de perdonar a esa persona. Ninguna auto-justificación. . . ninguna declaración de trato injusto. . . Ninguna idea que pueda salir de un espíritu rencoroso. ¡Nada! Nuestra implacable cultura ofrece excusas interminables. Sólo un narcisista utiliza el fracaso de otra persona para manipularle. ¡Usted y yo sabemos que hay mucho de eso! Una vida arrogante no tiene lugar para el perdón. Al mismo tiempo, no hay lugar en la vida de un creyente para la culpa y la amargura. Después de todo, ¿Qué no predica usted en contra de esas cosas?

Como creyentes en nuestro glorioso Señor Jesucristo, hemos sido llamados a un estándar diferente. Su estándar. Por esa razón el perdón que practicamos hacia otros está inseparablemente ligado con el perdón que Dios practica hacia nosotros. Mire de cerca—quiero decir con mucho cuidado—a las palabras tanto de Pablo como de Jesús:

Sed más bien amables unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, así como también Dios os perdonó en Cristo. (Efesios 4:32)

"Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores. . . . Porque si perdonáis a los hombres sus transgresiones, también vuestro Padre celestial os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras transgresiones". (Mateo 6:12, 14–15)

Estas son duras declaraciones, pero esenciales.

¿Le hace falta perdonar a alguien? Si ese es el caso, de acuerdo a Jesús, usted no está en comunión con Dios. Por esa razón Cristo nos ordenó que nos reconciliemos con otros aún antes de venir a alabarle (y ciertamente antes de pararnos detrás del púlpito):

"Por tanto, si estáis presentando tu ofrenda en el altar, y allí te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí delante del altar y ve; reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda". (Mateo 5:23–24)

Si alguien le ha pedido perdón, por favor sea lo suficientemente adulto para aceptar la gracia de una confesión. Si esa persona no le ha pedido perdón, recuerde que Dios le ha ordenado que usted perdone de todos modos.

Cuando retenemos una memoria dolorosa, en lugar de escoger renovar nuestras mentes (lo cual forma parte del perdón), sufrimos atormentados por heridas emocionales que son, trágicamente, auto-afligidas (lea detenidamente Mateo 18:34–35).

Le insto a hacer todo lo que pueda para reconciliarse. Vaya a un consejero bíblico para que le ayude, si es necesario. Pídale a Dios la fortaleza para obedecer. Humíllese. No se vaya a la tumba con ese rencor.

Por cierto, no vaya a la iglesia con eso.

—Chuck