Todos poseemos un invento que es casi indispensable.

Es muy revelador y nunca miente. Dice las cosas tal como son, mas nunca emite un sonido. Todos nos paramos frente a éste antes de salir al público. Y si no, deberíamos. Éste invento es: el espejo; ¡particularmente un espejo de cuerpo entero!

La Palabra de Dios se llama a sí misma un espejo. Ésta refleja la verdad. He observado a través de los años que iglesias raramente se paran frente a un espejo de cuerpo entero para examinarse a sí mismas. Como pastores, nosotros a menudo hacemos lo mismo.

He descubierto que es muy beneficioso apartarnos de nuestras actividades de vez en cuando, por muy importantes que estas sean, y contemplarnos de cerca en ese espejo. Haga esto conmigo por un momento, ¿le parece?

Mire lo que Pablo escribió a una iglesia obsesionada con la imagen:

“Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría”. (1 Corintios 2:1)

Lo que nosotros hacemos no tiene nada que ver con impresionar a los demás. El pastorado no es un lugar donde se pule una imagen o donde se hace énfasis sobre uno mismo. Pablo no predicó con una oratoria o argumentos filosóficos abrumadores para impresionar a la audiencia griega de Corinto. Él vino como un hombre sencillo con un mensaje profundo, aunque muy básico con respecto a Cristo.

De hecho, lo que decimos tiene que ver totalmente con la exaltación de Cristo. Pablo continuó diciendo: “Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (2:2). Mira su reflejo en este versículo. ¿Ve la persona de Cristo y la obra de Cristo en su ministerio? Estos dos pensamientos merecen ocupar el centro del escenario.

El ministerio no tiene nada que ver con mi agenda personal. No tiene que ver con mi personalidad. No tiene que ver con mi carisma. “Me propuse no saber entre vosotros cosa alguna,” dice el apóstol, “sino a Jesucristo, y a éste crucificado.” Como pastores debemos hacernos a un lado y recordarle a la grey que Cristo es la Cabeza, y que es su cruz lo que realmente importa.

Si nuestras congregaciones salen de un servicio más enamoradas de Cristo, fue un tiempo de adoración exitoso. Si salen impresionados con otra dimensión de la cruz, usted y yo hemos hecho un buen trabajo.

Así que este domingo, mientras nos disponemos a compartir el mensaje, con nuestro cabello peinado, nuestros dientes lavados y nuestras notas cuidadosamente preparadas, recordemos que nuestro propósito no tiene nada que ver con impresionar a otros.

¡Todo tiene que ver con la exaltación de Cristo!

—Chuck