Tenemos que admirarnos de la humildad de Pablo. Aquí tenemos a un hombre de sesenta años quien ha estado predicando por años pidiendo oración para tener más claridad en su mensaje. Lea sus palabras cuidadosamente:

Perseverad en la oración, velando en ella con acción de gracias; orando al mismo tiempo también por nosotros, para que Dios nos abra una puerta para la palabra, a fin de conocer el misterio de Cristo, por el cual también he sido encarcelado, para manifiestarlo como debo hacerlo. (Colosenses 4:2-4)

No había falsas pretensiones con Pablo. Ni su grado de éxito o número de años en el ministerio le dio a él un falso sentido de máxima victoria. Él sabía que todavía no había llegado allí. Él siguió dependiendo del Espíritu de Dios. Él estaba convencido que su predicación podría mejorar. Así que con un corazón genuinamente agradecido, él les rogó a sus hermanos en Cristo por sus oraciones. ¿Puede ver el poder de ese tipo de actitud? Muy refrescante en el primer siglo, pero poco común en el siglo veintiuno.

No es de extrañarse que este hombre tuviera un impacto tan grande para Cristo.

—Chuck