Quisiera haber estado allí para verlo.

Eran las 7:51 de la mañana el 12 de enero del 2007. L’Enfant Plaza, una atestada estación del metro en la capital estadounidense, con su acostumbrado atiborramiento de los que iban a sus trabajos.

Un joven llevando gorra, camiseta y pantalones desteñidos llegó a la estación y en silencio sacó su violín de su estuche. Echó allí algunas monedas como señuelo para los pasantes y se llevó el violín a la quijada. ¿El músico? Joshua Bell, a quien algunos calificarían como el mejor violinista de nuestra generación. ¿Su instrumento? El raro Gibson ex Huberman, fabricado a mano en 1713 por Antonio Stradivari. . . uno de los violines más codiciados y más costosos en existencia. ¿La música? Bell empezó con “Chaconne,” de la Partita No. 2 en re menor de Bach, que no pocos músicos ensalzan como una de las más grandiosas piezas de música jamás compuestas en la historia. ¿La respuesta? Usted se sorprenderá por lo que filmó la cámara.

De los 1,097 pasajeros que pasaron junto a Bell esa mañana, sólo siete se detuvieron a escuchar. Tal como lo oye . . . siete. Apenas tres días antes él había tocado en el Salón de la Sinfonía de Boston con las taquillas agotadas, en donde el asiento promedio costaba $100. ¿Su ganancia esa mañana en el metro? Algo más de $32. Bell por lo general gana alrededor de $1000 por minuto. (¡Yo debería haber seguido aprendiendo a tocar el violín!)

El periódico, The Washington Post, auspició la presentación incógnita de Bell a fin de evaluar el gusto, prioridades y percepción del público. Pero para mí, la experiencia sigue siendo una lección poderosa de la importancia de otra cosa.

El contexto.

Sin que importe lo hermoso que Joshua Bell tocara su Stradivarius, y sin que importe lo exquisita que fuera su selección musical, exigía más. Su talento no bastaba. Exige contexto que sea conducente y favorable al asunto.

Hallo que lo mismo es verdad en cuanto a la predicación.

La sola exposición excelente de las Escrituras no basta para hacer que las personas sigan asistiendo y que permanezcan juntas como iglesia. Exige más.

Por favor, no me malentienda. Con certeza no estoy restándole importancia a la predicación y enseñanza de la Palabra de Dios. Simplemente quiero decir que hay predicadores por todo el mundo que fielmente declaran la verdad. . . y sin embargo su iglesia local no crece. A decir verdad, hace muchos años serví en una de esas iglesias. Predicaba con igual pasión como predico en el ministerio actual; pero no había crecimiento. Las características de una iglesia atractiva no estaban presentes. De hecho, recuerdo un fin de semana del mes de julio cuando sólo había siete personas en toda la congregación. . . ¡y cuatro de ellos eran Swindoll! Ese no es un contexto invitador. Me iría igual si predicara en una estación del metro.

¿Por qué pasamos de largo toda una serie de iglesias a fin de reunirnos para adorar en una iglesia en particular que se halla mucho más distante de nuestra casa que todas las demás? ¿Qué es lo que nos atrae, haciendo que nos entusiasmemos, que invirtamos nuestro tiempo y dinero, y seamos participantes activos en esa iglesia en lugar de alguna otra? ¿Cómo puede un ministerio llegar a ser tan atractivo, tan significativo para nosotros, que estemos dispuestos a ajustar nuestras vidas para que encaje en su horario, criar a nuestros hijos allí, e inclusive invitar a otros para qué nos acompañen?

La mejor palabra que describe esta atracción es contagiosa. Un diccionario define la palabra de raíz, contagio, como “una influencia que se esparce rápidamente.” Cuando una iglesia cae en esta categoría, la noticia se riega. La gente presencia la pasión en nuestro entusiasmo conforme andamos juntos y escuchamos bien. Oyen el entusiasmo en nuestra voz mientras cantamos y nos reímos. Ven las características que distinguen a nuestra iglesia. Finalmente su curiosidad crece tanto que no pueden quedarse fuera; tienen que venir para verlo por sus propios ojos. Una cosa es cierta: observan un conjunto de distintivos siendo modelados como nada que el mundo que les rodea tiene para ofrecer. Una iglesia contagiosa es única. Provee un contexto magnético.

En las siguientes semanas le diré lo que hace contagiosa a una iglesia.

—Chuck