Los pastores pensamos de nosotros mismos como los que servimos de mentor para otros. Por un momento, sin embargo, póngase en los zapatos de alguien que está recibiendo la mentoría. Si usted ha tenido un mentor positivo en algún punto del pasado, piense en lo que esa relación personal significó para usted en ese entonces.

Cuando un mentor cree en uno, la confianza surge. Él confía en uno cuando él no está cerca. Siempre he apreciado cómo Pablo aplicó esa confianza a Priscila y Aquila:

Mas Pablo, habiéndose detenido aún muchos días allí, después se despidió de los hermanos y navegó a Siria, y con él Priscila y Aquila, habiéndose rapado la cabeza en Cencrea, porque tenía hecho voto. Y llegó a Éfeso, y los dejó allí. (Hechos 18:18–19)

Pablo no se quedó; “los dejó allí.” Un mentor que cree en uno, confía en uno cuando él no está cerca. ¿Sabe usted el beneficio de eso? Los que reciben la mentoría se vuelven más responsables. ¡Tienen que hacerlo!

Los mentores a quienes admiramos son como jefes para los cuales nos encanta trabajar; no son personas controladoras. Confían en uno cuando no están cerca. Le dan a uno una tarea, y confían en que uno la va a cumplir. No están atisbando por la ventana, ni por el ojo de la cerradura. No están espiándolo por medio de algún amigo, ni poniendo espías a sus espaldas. Confían en uno.

Uno halla que incluso cuando no están cerca, debido a que han confiado en uno, en realidad uno se esfuerza. Eso hace que uno se sienta responsable. El otro lado de la moneda en esto de que se confíe en uno, es que uno tiene que demostrar que es digno de confianza.

Pablo dejó a Aquila y Priscila en Éfeso, y el resultado fue maravilloso. Debido a que ellos fueron dignos de confianza, ayudaron a organizar la iglesia local en su época formativa. Es maravilloso saber que se confía en uno.

Es maravilloso.

Ahora, invierta de nuevo los papeles. ¿Confía usted en aquellos a quienes sirve de mentor? Si es así, ¿saben ellos que usted cree en ellos?

¿Se los ha dicho? ¡Hágalo!

—Chuck