La semana pasada le hablé de una de las marcas de un mentor de la que todos disfrutamos: Afirmar a otros mostrándoles confianza. Pero hay otro lado de la moneda que es igual de importante. Los buenos mentores también enfrentan la debilidad. Por ejemplo:

Mientras tanto, un judío llamado Apolos —un orador elocuente que conocía bien las Escrituras— llegó a Éfeso desde la ciudad de Alejandría, en Egipto. Había recibido enseñanza en el camino del Señor y les enseñó a otros acerca de Jesús con espíritu entusiasta y con precisión. Sin embargo, él solo sabía acerca del bautismo de Juan. Cuando Priscila y Aquila lo escucharon predicar con valentía en la sinagoga, lo llevaron aparte y le explicaron el camino de Dios con aún más precisión. (Hechos 18:24–26)

Cuando Aquila y Priscila oyeron a Apolos predicar, detectaron que algo faltaba. No había nada en las palabras de Apolo en cuanto a la obra del Espíritu Santo. No mencionaba el cuerpo de Cristo, ni la vida llena del Espíritu, ni cómo los creyentes pueden vivir como vencedores; nada. Todo lo que oyeron fue en cuanto al bautismo de Juan y el ministerio de Jesús. Eso es todo lo que Apolos sabía. Correcto, pero incompleto.

Un mentor que discierne enfrenta las debilidades que hay que fortalecer y los problemas que hay que corregir. Ese es uno de los mejores beneficios de los buenos mentores. No nos dejan quedarnos tal como estamos. No nos permiten que sigamos cometiendo los mismos errores vez tras vez. Nos quieren demasiado.

Los mentores notan defectos y, como Aquila y Priscila, no nos abochornan públicamente. No nos hacen quedar mal allí mismo. Pero detrás de puertas cerradas dicen: “Tengo que mencionar algo que noté que haces, o que no haces.” Se interesan, porque tienen discernimiento. Distinguen el aspecto de necesidad, y ponen aquí su dedo como en llaga viva.

¿Los beneficios? La represión hace que el que recibe la mentoría permanezca enseñable y que se le exija cuentas. Ambas cosas son importantes. Pero también es vital que cuando nosotros somos los que estamos reprendiendo, nos aseguremos de que también estamos amando. Pablo lo dijo muy bien:

Nunca le hables con aspereza a un hombre mayor, sino llámale la atención con respeto como lo harías con tu propio padre. Dirígete a los jóvenes como si les hablaras a tus propios hermanos. Trata a las mujeres mayores como lo harías con tu madre y trata a las jóvenes como a tus propias hermanas, con toda pureza. (1 Timoteo 5:1–2)

También admiro la respuesta de Apolos. Él los escuchó. Una de las mejores cosas que podemos hacer cuando alguien nos corrige, es prestar atención a sus correcciones. ¿Hace usted eso? Espero que su conocimiento bíblico le haya hecho más abordable y menos intocable. Los mentores no tienen nada que ganar al corregirnos. Nosotros somos los que ganamos. Somos mejores personas si aprovechamos de manera personal la represión. (Suena a proverbio, ¿verdad?). Yo podría mencionar algunas correcciones de mis mentores que me perforaron hasta la médula. Y, ¿sabe? Sabía que tenían razón. Me sentí algo humillado, pero ellos lo convirtieron en algo positivo: “Una vez que corrijas esto, serás más eficaz.” Así fue.

Como mentores, debemos ser buenos para enfrentar las debilidades; y al dar reprensión. También debemos ser buenos para recibirla. Le hará un mejor pastor.

A propósito, también le hará mejor esposo y padre.

—Chuck