Nuestro llamamiento como pastores
incluye luchar.

No me refiero a ponernos los guantes
y darnos de puñetazos con nuestros ancianos y miembros de la congregación.
Quiero decir, como pastores, somos llamados a defender la fe.

Conforme pasa el tiempo vemos que
nuestra fe ortodoxa en Jesucristo está cada vez más y más bajo ataque. Hallamos
que a las cosas de Dios cada vez más y más se las ve con suspicacia . . . se
habla de ellas con cinismo . . . y, a la larga, se las prohíbe por completo.

Cuando entramos en el ministerio,
sea que lo hayamos sabido o no en ese momento, entramos en una zona de guerra.
El pastorado es un campo de batalla,
no un patio de juego.

Por eso el apóstol Pablo incluye en
su Primera Carta a Timoteo estos mandamientos aleccionadores:

Pelea
la buena batalla de la fe, echa mano de la vida eterna, a la cual asimismo
fuiste llamado, habiendo hecho la buena profesión delante de muchos testigos

(1 Timoteo 6:12).

Como pastores, nunca es apropiado
ganarnos la reputación de peleoneros, en el sentido de disfrutar de las
disputas o de ser camorristas. Lo que menos necesita el cuerpo de Cristo es
otro predicador colérico, cabeciduro, que impone su agenda.

No, el tipo de “contendientes” que
debemos ser es este:

  • Debemos
    tener una firme determinación combinada con un agudo discernimiento.
  • Debemos
    negarnos a permitir que alguien nos intimide en nuestras convicciones.
  • Debemos
    luchar contra lo que puede dañar el rebaño de Dios.
  • Debemos
    tener la piel curtida y el corazón tierno.

Pablo comisionó a Timoteo para que
pastoreara la iglesia de Éfeso. Interesantemente, la carta que Pablo le
escribió a aquel cuerpo local de creyentes resuena con metáforas del campo de
batalla. Debido a que nuestra batalla es un conflicto espiritual, nuestras
armas también son espirituales (Efesios 6:11-17). Que nunca olvidemos que
nuestro adversario es el diablo, y no nuestras congregaciones. Hablando de
nuestro adversario, estos son unos pocos recordatorios:

  • Él
    es astuto, ingenioso y brillante.
  • Está
    en contra de todo lo que nosotros defendemos.
  • Detesta
    cuando usted predica la verdad.
  • Él
    quiere que usted suavice sus golpes.
  • Él
    lo conoce a usted mejor de lo que usted se conoce a sí mismo, habiendo
    estudiado cada abolladura en su armadura.

El campo de batalla del ministerio siempre me hace recordar el antiguo himno de Martín Lutero que nunca envejece, “Castillo Fuerte Es nuestro Dios.” Tómese un momento ahora mismo, arrellánese en su silla, y entone estas estrofas en voz alta y clara.

Castillo fuerte es nuestro Dios,
Defensa y buen escudo.
Con su poder nos librará
En todo trance agudo.
Con furia y con afán
Acósanos satán:
Por armas deja ver
Astucia y gran poder;
Cual él no hay en la tierra.

Nuestro valor es nada aquí,
Con él todo es perdido;
Mas con nosotros luchará
De Dios el escogido.
Es nuestro Rey Jesús,
El que venció en la cruz,
Señor y Salvador,
Y siendo El solo Dios,
El triunfa en la batalla.

Y si demonios mil están
Prontos a devorarnos,
No temeremos, porque Dios
Sabrá cómo ampararnos.
¡Que muestre su vigor
Satán, y su furor!
Dañarnos no podrá,
Pues condenado es ya<
Por la Palabra Santa.

Esa palabra del Señor,
Que el mundo no apetece,
Por el Espíritu de Dios
Muy firme permanece.
Nos pueden despojar
De bienes, nombre, hogar,
El cuerpo destruir,
Mas siempre ha de existir
De Dios el Reino eterno. Amén.

¡Y quiero decir cante! Después de todo, estamos en batalla.

—Chuck