Hace dos años tuve el privilegio de servir como presidente honorífico del Día Nacional de Oración. Cuando se me invitó, naturalmente, me sentí honrado. Pero tengo que admitir que mi siguiente pensamiento fue, con todas mis responsabilidades, ¿cómo voy a hallar tiempo para prepararme? Quiero decir, uno no puede simplemente aceptar la responsabilidad y luego esperar que todo salga bien. La gente en la capital tiene mejores cosas que hacer que escuchar a algún predicador divagando sin sentido. Si uno acepta una responsabilidad como esas, será mejor que sepa lo que hace. Así que, al principio consideré decir que no.

Pero decidí aceptar por dos razones. Primero, era un enorme honor. Uno no dice que no como si nada a algo tan importante como esto, especialmente cuando se considera el sacrificio personal que muchos de nuestros líderes están haciendo para servir a la nación.

Recuerdo haber cenado con unos de los ministros del gobierno hace años. “Así que, ¿cómo es eso de estar en un cargo como ese?”, le pregunté. Nunca olvidaré su respuesta.

Alzó la vista de su plato, dejó a un lado su tenedor, y con calma preguntó: “Chuck, ¿alguna vez te han ahorcado en efigie?”

“Este . . . pues, . . . no . . . nunca.” Entonces él describió cómo eso le había sucedido ese mismo día. Me quedé sentado mirándole fijamente. No pude encontrar palabras.

Me daba cuenta de que se me había pedido que sea parte de la oración de nuestra nación, clamando por líderes que sepan pensar con claridad, valientes, servidores. Era un pequeño sacrificio de mi tiempo comparado con lo que ellos nos dan.

Tenía otra razón para participar. Se me ocurrió que tomar parte en el Día Nacional de Oración era mi oportunidad para subrayar la importancia de la oración. ¡Qué fácil soslayar su prioridad! No es diferente a la decisión que enfrentamos todos los días respecto a la oración. Quiero decir, ¿quién tiene alguna vez tiempo para orar? ¿Quién dice: Ah . . . tengo algo de tiempo extra y no sé qué hacer; así que, pienso que voy a orar?

Digamos las cosas tal como son; tomar tiempo para orar quiere decir que uno tiene que dejar a un lado algo que también es importante. Es una inversión. Las inversiones requieren que sacrifiquemos algo hoy por algo mejor mañana.

¿Mi punto, colega pastor? Nunca tendremos tiempo para orar. Tenemos que hacerlo.

No me llevó mucho tiempo reconocer esto por lo que es: una inversión muy válida, algo que bien valía mi tiempo. De repente, decir que sí parecía la única respuesta que podía justificar.

—Chuck