Como el escenario de un programa de televisión, entre bastidores, a donde las cámaras no van, la vida puede ser un caótico conjunto de plástico, metal y madera —una fachada endeble— sostenida con material barato y cinta adhesiva. La vida farsante puede suceder en su casa, o en mi casa, o en cualquiera . . .incluso en la casa presidencial. La farsa puede entrometerse. Roboam lo demuestra.
Entre bastidores, Roboam hizo como su padre y abuelo, formando un harem, mientras que mantenía una percepción pública de que practicaba devoción firme al Señor (ver 2 Crónicas 11:18-23). Cultivó una impresionante imagen pública mientras que trasmitía a sus hijos un legado oscuro. Roboam pulía su imagen fingiendo buscar consejo sabio mientras que formulaba su propia política doméstica. Pero tan pronto como se sintió seguro, surgió el real Roboam. Roboam rechazó el consejo de los ancianos a favor del consejo de sus iguales. No buscaba consejo; buscaba justificación. ¿Alguna vez ha hecho usted eso?
En la etapa final de su vida, la fachada de Roboam se derrumbó para revelar la hipocresía que apuntalaba su ficticia imagen pública. Después de Egipto saqueó la riqueza del reino debido a la apostasía de Roboam, él reemplazó los escudos de oro por escudos de bronce, pulidos para que brillen como oro, pero sin valor en comparación. El rey, consciente de su imagen, los escondió en secreto para que nadie supiera la verdad; un sustituto de tercera clase después de una trastada de primera clase, por un rey de segunda.
En todo el Antiguo Testamento vemos que “de tal palo tal astilla”; una conducta de lujuria produjo hijos con lujuria en su corazón. Y dentro de una generación o dos, una diminuta semilla de acomodo creció hasta ser una rebelión desvergonzada plenamente florecida. Yo lo llamo el efecto dominó. El acomodo de David debilitó a Salomón. La carnalidad de Salomón impactó a Roboam. Al final, el pecado que le encantó a mamá y papá permitió, enredó al hijo. La hipocresía, en vez de un amor por la verdad, definió la vida de Roboam. Qué trágico.
Ahora, esta es la pregunta difícil: ¿se ha engañado usted mismo pensando que puede controlar las consecuencias del pecado? ¿Ha considerado el efecto de su pecado en las personas bajo su influencia? No me refiero a su congregación; en particular, me refiero a su esposa, a sus hijos. ¿Qué ve su familia detrás del púlpito?
Si pusiéramos cámaras entre bastidores de su vida privada, ¿qué verían todos?
—Chuck