Daniel 2:4
¿A dónde recurres cuando necesitas respuestas profundas?
Nabucodonosor no solo estaba confundido… estaba al borde de una crisis existencial. El sueño se repetía. La inquietud lo consumía noche tras noche. Así que convocó a todos sus consejeros: adivinos, hechiceros, astrólogos y sabios. Era su momento de brillar, de justificar su reputación como intérpretes de lo oculto.
«Entonces los caldeos hablaron al rey en arameo: “¡Oh rey, vive para siempre! Di el sueño a tus siervos y declararemos la interpretación”» (Daniel 2:4, NBLA).
Confiados en su astucia, los consejeros estaban listos para improvisar alguna interpretación convincente… si el rey les decía el contenido del sueño. Pero Nabucodonosor cambió las reglas del juego. Exigió lo imposible: conocer el sueño sin decirlo.
«Si no me dan a conocer el sueño y su interpretación… serán hechos pedazos y sus casas reducidas a escombros… Pero si declaran el sueño y su interpretación… recibirán regalos, recompensa y gran honor» (vv. 5–6, NBLA).
La presión aumentó. El truco no funcionaría esta vez. La fachada cayó. Y la respuesta de los caldeos fue tan honesta como humillante:
«No hay hombre sobre la tierra que pueda declarar el asunto… excepto los dioses, cuya morada no está con los mortales» (vv. 10–11, NBLA).
¡Qué confesión tan poderosa! Los supuestos portavoces del mundo espiritual… quedaron en silencio. Porque solo hay un Dios que revela lo oculto, y Su morada está —gracias a Cristo— entre nosotros. El acceso a lo divino no depende de ritos, fórmulas ni talentos humanos, sino de una relación con el Dios vivo.
La sabiduría del mundo puede impresionar, pero solo Dios puede revelar lo que el alma realmente necesita saber. Y cuando Él habla… todo lo demás queda expuesto.
Adaptado de la guía de estudio, Daniel: God’s Plan for the Future, publicado por Insight for Living. Copyright © 2002 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.