Daniel 4:10-12

¿Te has detenido a pensar para qué te dio Dios la influencia que hoy tienes?

En su sueño, Nabucodonosor ve un árbol gigantesco en medio de la tierra. Crece alto, fuerte, visible «hasta los confines de la tierra»; sus ramas dan refugio, su fruto alimenta a todos, las bestias descansan bajo su sombra y las aves anidan en sus ramas (cf. Daniel 4:10–12).

Daniel explica que ese árbol es el propio rey. Dios le había concedido un reino amplio, recursos abundantes, estructuras que daban estabilidad a muchas naciones. Su liderazgo era como un árbol que proveía sombra, sustento y orden. La imagen es hermosa… pero peligrosa.

Cuando olvidamos quién plantó el árbol, comenzamos a creer que el bosque depende de nosotros. La influencia se convierte en orgullo, el privilegio en título, la responsabilidad en trono. En lugar de administrar, poseemos; en vez de servir, controlamos.

Tal vez tú no eres emperador, pero sí eres «árbol» para muchos: tu familia, tu equipo de trabajo, tu grupo pequeño, tu congregación. Dios ha usado tu vida para dar sombra, consejo, dirección. El punto no es negar esa realidad, sino recordar de quién viene todo.

El mismo Dios que hace crecer el árbol puede, si es necesario, ordenar que se tale. No por crueldad, sino para rescatar el corazón de quien se creyó dueño del bosque.

Toda influencia es un préstamo del cielo: cuando olvidas quién plantó el árbol, te arriesgas a confundir tu sombra con tu trono.

Adaptado de la guía de estudio, Daniel: God’s Plan for the Future, publicado por Insight for Living. Copyright © 2002 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.