Efesios 5:1-10

Cuando usted reduce la vida hasta llegar a lo más básico, la cuestión que se debe tratar es el cambio. Aquellos que se adaptan a los tiempos, que rehúsan ser rígidos, resisten los moldes y rechazan la rutina —ah, ellos son las almas que son usadas por Dios de maneras distintivas. Para ellos, el cambio es un desafío, una brisa fresca que fluye por el cuarto de la rutina y se lleva el aire pesado de las cosas de siempre.

Si bien el cambio es estimulante y vigorizante —nunca es fácil. Los cambios son particularmente difíciles cuando se trata de ciertos hábitos que nos rondan y nos hacen daño. Ese tipo de cambio es extremadamente doloroso —pero no es imposible.

Jeremías señaló lo difícil que era romper un patrón de vida establecido cuando, con ingenio, señaló:

«¿Acaso puede un etíope cambiar el color de su piel?
¿Puede un leopardo quitarse sus manchas?
Tampoco ustedes pueden comenzar a hacer el bien
porque siempre han hecho lo malo». (13:23)

Note las últimas palabras: «porque siempre han hecho lo malo». El hebreo literalmente dice: «enseñados en la maldad». Ahora, ¡esa es una admisión impactante! Nosotros que somos «enseñados en la maldad» somos incapaces de hacer el bien; hábitos de maldad que permanecen sin cambiar lo prohíben. La maldad es un hábito aprendido; se consigue y se cultiva a través de largas horas de práctica. En otro lugar, Jeremías confirma este hecho:

«Te lo advertí cuando eras próspero,
pero respondiste: “¡No me fastidies!”
Has sido así desde tu niñez;
¡nunca me obedeces!» (22:21)

Todos nosotros hemos practicado ciertas áreas de error desde nuestra juventud. Es un patrón de vida que nos es como una «segunda naturaleza». Cubrimos nuestra resistencia con el barniz de la excusa:

«Bueno, nadie es perfecto».
«Nunca seré de otra manera; así es como soy yo».
«Nací así —no hay nada que se pueda hacer».
«A perro viejo no se le puede enseñar trucos nuevos».

Jeremías nos cuenta por qué excusas como esas vienen con tanta facilidad. Hemos llegado a ser «enseñados en la maldad». . . ha sido nuestra manera de ser desde nuestra juventud. En un sentido, hemos aprendido a actuar y reaccionar de maneras pecaminosas y no bíblicas con facilidad y (¿me atrevo a decirlo?) con algo de placer. Reconozco, hay muchas veces que lo hacemos de manera inconsciente; y en esas ocasiones, la profundidad de nuestro hábito es más revelador.

Es vital —y es esencial— que nos veamos como realmente somos a la luz de la Palabra escrita de Dios. . . y entonces estar dispuestos al cambio donde sea necesario cambiar. ¿Suena imposible? No lo es. Hablaremos más sobre ello mañana en la segunda parte.

Tomado de Come Before Winter and Share My Hope, Copyright © 1985, 1988, 1994 por Charles R. Swindoll, Inc. Todos los derechos reservados mundialmente. Usado con permiso.