1 Samuel 3:1-10

Hemos estado hablando de la habilidad esencial de escuchar, especialmente en lo que se relaciona a los sermones del domingo. Le pedí que generara algunas ideas de lo que puede hacer el que escucha (no el predicador) para lograr que el sermón se mantenga interesante. Juntos consideremos cómo podemos mejorar nuestras habilidades para escuchar. Estoy en deuda con Haddon Robinson, un Ph.D. en el campo de las comunicaciones, en cuanto a estos cuatro «no» que valen la pena recordar.

No suponga que el tema es soso. Cuando el tema es anunciado, evite el hábito de pensar: «Esto ya lo he escuchado» o «Esto no se aplica a mí». Los que escuchan bien creen que pueden aprender algo de todos. Cualquier mensaje tendrá una aclaración fresca o una buena ilustración. Un oído agudo estará atento a tales.

No critique antes de escuchar toda lo que presenta el orador. Todos los oradores cometen faltas. Si usted se enfoca en ellas, se perderá algunos puntos que están siendo establecidos. Los que escuchan bien rehúsan perder tiempo valioso concentrándose en lo negativo. También rehúsan adelantar conclusiones hasta escuchar el discurso completo.

No deje que sus prejuicios le cierren la mente. Algunos temas vienen cargados de emociones intensas. Escuchadores efectivos mantienen la mente abierta, frenando la tendencia de argumentar en contra o a favor hasta comprender plenamente la posición de quien habla, a la luz de lo que enseñan las Escrituras.

No desperdicie la ventaja que tiene el pensamiento por sobre lo hablado. ¿Recuerda lo que aprendimos ayer sobre la disparidad entre la velocidad del habla y la velocidad del escucha? Escuchadores diligentes practican cuatro habilidades mientras tienen la mente activa:

  • Primera, tratan de adivinar el siguiente punto.
  • Segunda, desafían la evidencia de apoyo.
  • Tercera, hacen un resumen mental de lo escuchado.
  • Cuarta, aplican la Escritura a cada punto.

Anotando el bosquejo y algunos pensamientos durante el sermón también previene que la mente se aparte del rumbo.

El joven Samuel aceptó el consejo del sacerdote Elí, y como resultado, él escuchó lo que Dios quería que él aprendiera. El mensaje fue remachado tan permanentemente en la cabeza de Samuel que él nunca lo olvidó. Y todo comenzó con:

«Habla, Señor, que tu siervo escucha» (1 Samuel 3:9).

Intente eso el próximo domingo. Unos segundos antes del inicio del sermón, ore esa breve oración. Usted estará maravillado cuánto más escuchará cuando se dé el trabajo de escuchar bien.

Tomado de Come Before Winter and Share My Hope, Copyright © 1985, 1988, 1994 por Charles R. Swindoll, Inc. Todos los derechos reservados mundialmente. Usado con permiso.