Los conflictos entre cristianos no son nuevos. Los choques de personalidad, diferencias doctrinales, pleitos, divisiones de iglesias, diferencias denominacionales, competencia entre predicadores, discusiones públicas y rencores privados desafortunadamente son el pan nuestro de cada día. La iglesia, que debería ser un bello modelo de gracia y armonía, con frecuencia opta por recordar las ofensas en lugar de perdonar y evitar recordarlas. Sin embargo, los conflictos dentro de la iglesia, aunque comunes, no son la voluntad ni el propósito de Dios. Jesús les dijo a los discípulos: «Este mandamiento nuevo les doy: que se amen los unos a los otros. Así como yo los he amado, también ustedes deben amarse los unos a los otros. De este modo todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros»
(Juan 13:34-35, NVI).
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