El viejo mundo en el que vivimos cada vez va de mal en peor. La guerra y no la paz es la norma. Pleitos y demandas son lo común, no lo raro. Las amistades se enfrían, los matrimonios se fracturan, las sociedades se disuelven, las iglesias se dividen. ¿Por qué? Porque la depravación ha hecho una mella terrible en la humanidad. El pecado abunda, al igual que la hostilidad. Sin embargo, Dios escogió dejarnos en esta tierra, no para que estemos ajenos a la realidad del dolor y el sufrimiento, sino precisamente para estar en contacto directo con todo lo que ocurre en este lugar. ¿Por qué Dios nos deja en un ambiente tan hostil? ¿Por qué no nos lleva al cielo tan pronto como nos convertimos a Cristo? Dejar a personas destinadas al cielo en un mundo destinado al infierno no es un simple descuido por parte del Señor. Él tiene una razón. . . un plan. . . . Sí, usted podrá pensar que es una estrategia un tanto extraña para sus también extraños seguidores. Y nadie mejor capacitado para darnos a conocer esta estrategia que el mismo Señor Jesucristo.
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