¿Has notado lo frágil que puede ser la alegría en la vida cotidiana? Un día podemos estar llenos de entusiasmo y, al siguiente, una mala noticia puede apagar nuestra sonrisa. La vida nos empuja con desafíos inesperados, y muchas veces nuestra felicidad parece depender de las circunstancias. Pero hay un gozo que no se desvanece con el tiempo, que no se tambalea ante la adversidad, ni está sujeto a los altibajos de la vida. Un gozo eterno, sólido y victorioso. Ese gozo inquebrantable nace en la tumba vacía.
El apóstol Pablo lo declaró con convicción: «Estén siempre llenos de alegría en el Señor. Lo repito, ¡alégrense!» (Filipenses 4:4, NTV). Estas palabras no fueron escritas desde la comodidad de un hogar tranquilo, sino desde una prisión. ¿Cómo es posible vivir con gozo en medio del sufrimiento? La respuesta es clara: ¡Cristo ha resucitado!
El gozo que nació en un sepulcro vacío
Imaginemos por un momento aquella mañana gloriosa. El aire fresco del amanecer, la quietud en un huerto que días antes fue testigo de un sufrimiento indescriptible. Para los discípulos, la muerte de Jesús no solo significaba la pérdida de su Maestro, sino también el colapso de todas sus esperanzas. Pero entonces, todo cambió. . . la piedra había sido removida. El cuerpo no estaba allí. La muerte había sido derrotada. Jesús había resucitado. La desesperanza se convirtió en regocijo. La tristeza fue reemplazada por una alegría desbordante. Y esa alegría no era pasajera, sino eterna, porque estaba anclada en una verdad inamovible: Cristo venció la muerte y nos ha dado vida eterna.
Antes de su crucifixión, Jesús mismo nos dio esta promesa: «Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí vivirá aun después de haber muerto» (Juan 11:25, NTV). Este no es un gozo superficial que fluctúa con las tormentas de la vida. Es un gozo cimentado en la victoria de Cristo. Y esa victoria nos pertenece.
Elige el gozo: la decisión que transforma tu vida
Si el gozo de la resurrección es un regalo de Dios, la pregunta es: ¿estamos eligiendo vivir en ese gozo cada día? Podemos optar por lamentarnos por lo que hemos perdido, o regocijarnos en lo que Dios ha hecho. Podemos enfocarnos en la adversidad o en la fidelidad del Señor. Podemos quedarnos mirando la cruz y la tumba sellada, o mirar más allá y ver la piedra removida, el sepulcro vacío y la promesa viva de Cristo.
Nuestra vida es como un velero en alta mar. No podemos controlar la dirección del viento, pero sí podemos ajustar nuestras velas. Podemos navegar hacia el gozo, confiando en que Dios nos guía, o podemos dejarnos arrastrar por las olas de la preocupación y la amargura. Si realmente creemos que Jesús ha resucitado, ¡no hay razón para vivir sin gozo! El gozo de la resurrección no es una simple emoción para los días soleados; es un faro de esperanza en las noches más oscuras.
Cuando la enfermedad golpea, cuando la incertidumbre nos rodea, cuando el dolor nos visita, aún podemos declarar con firmeza: «Él ha resucitado. Y porque Él vive, yo también viviré». Ese es el gozo que triunfa sobre la muerte. Ese es el gozo que nos acompaña hasta la eternidad.
Un gozo que no se apaga
El gozo que Cristo nos da no es frágil ni circunstancial; es eterno porque está cimentado en la obra de Cristo. Por eso, cuando suene la trompeta y veamos a nuestro Salvador cara a cara, nuestro gozo será completo. Ese día, la tristeza quedará atrás. Ese día, el dolor desaparecerá. Ese día, el gozo alcanzará su máxima plenitud. Hasta entonces, vivamos cada día con la certeza de que el gozo en Cristo es un adelanto de la gloria venidera. No permitamos que las dificultades nos roben la alegría que Él aseguró con Su victoria.
Celebremos con júbilo el milagro de la resurrección, caminemos con confianza en Su soberanía y recordemos que, así como Cristo venció la muerte, Su triunfo también es nuestro. Porque, en última instancia, el gozo no depende de lo que nos rodea, sino de quién reina, sobre todo. Cuando elegimos confiar en Su plan y en Su poder, nuestra alma se llena de una paz inquebrantable y de una alegría que ningún problema puede apagar.
«El gozo es una actitud que surge de nuestra confianza en que Dios tiene el control absoluto» – Charles R. Swindoll
Así que hoy y cada día, decidamos vivir con el gozo de la resurrección en nuestros corazones. Él ha resucitado, por lo tanto, ¡regocijémonos en Él!