Jeremías 25:11-12; 29:10; Nehemías 6:15; Mateo 3:3
Desde mucho antes de formar el polvo del Edén, Dios ya había concebido Su estrategia para la humanidad. A través de los siglos, mediante una revelación progresiva, fue revelando Su maravilloso plan a los autores de las Escrituras. Hoy, observamos uno de los primeros capítulos de ese plan eterno: la era de la Ley.
Todo comenzó en el imponente monte Sinaí. Allí, Dios entregó a Moisés los Diez Mandamientos y una serie de instrucciones que marcarían el estándar para una vida santa. Hasta entonces, Dios hablaba directamente con individuos. Pero ahora, Su Palabra quedaba grabada en piedra, para que todos pudieran leerla y obedecerla.
Bajo la mano de Dios, Israel floreció como nación y obtuvo respeto internacional. Sin embargo, salvo por breves épocas de fidelidad, el pueblo se rebeló una y otra vez. La nación se dividió en dos reinos: Israel al norte y Judá al sur. Ambos traicionaron a Dios, persiguieron a Sus mensajeros, quebrantaron Su Ley y adoraron ídolos.
Después de muchos años de paciencia divina, Dios permitió que naciones extranjeras los conquistaran. En el año 722 a.C., Asiria destruyó a Israel; y en el 586 a.C., Babilonia redujo a ruinas a Judá, destruyendo el majestuoso templo de Salomón y llevando al pueblo en cadenas al exilio.
Entre los primeros deportados se encontraba un joven brillante: Daniel. Aun en tierra extranjera, este siervo fiel mostró cómo vivir con integridad bajo dominio pagano, sirviendo con excelencia sin abandonar su devoción a Dios.
Después de setenta años, se cumplió la profecía de Jeremías (Jer. 25:11-12; 29:10), y los judíos comenzaron a regresar a Jerusalén. Reconstruyeron el templo (Esdras 1–6) y más tarde, bajo el liderazgo de Esdras y Nehemías, restauraron los muros de la ciudad (Nehemías 6:15). Israel volvió a ser nación, aunque bajo dominio extranjero, y esta vez, nunca más volvió a caer en la idolatría.
El Antiguo Testamento concluye con la advertencia de Malaquías de no repetir los errores del pasado. Luego, un silencio profético de cuatrocientos años fue interrumpido por una voz en el desierto: Juan el Bautista anunciaba la llegada del Mesías (Mateo 3:3).
Jesús, viviendo en la era de la Ley, hizo lo que nadie más pudo: cumplió perfectamente las demandas justas de Dios. A través de Su muerte y resurrección, abrió paso a una nueva etapa: la era de la gracia.
El plan de Dios siempre avanza, incluso cuando el silencio parece largo; confía, porque cada etapa nos acerca a Su propósito eterno.
A través de Su muerte y resurrección, abrió paso a una nueva etapa: la era de la gracia.
— Charles R. Swindoll Tweet estoAdaptado de la guía de estudio, Daniel -El modelo de Dios para el futuro, publicado por Insight for Living. Copyright © 2002 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.