Daniel 1:3-4

¿Te han hecho sentir que no eres suficiente?

Cuando Daniel fue llevado cautivo a Babilonia, no solo lo alejaron de su tierra… lo despojaron de todo lo que conocía. Su familia, su idioma, su cultura, su libertad… y hasta su nombre.

«Entonces el rey mandó a Aspenaz… que trajera algunos de los hijos de Israel, incluso algunos de la familia real y de los nobles, jóvenes sin ningún defecto, de buen parecer, inteligentes en toda rama del saber, dotados de entendimiento y habilidad para servir en el palacio del rey» (Daniel 1:3–4a, NBLA).

El rey Nabucodonosor no solo buscaba siervos. Quería trofeos humanos, testimonios vivientes de su poder. Por eso seleccionó a los mejores: adolescentes bien parecidos, brillantes, fuertes. Daniel y sus amigos calificaron… pero no sabían el precio que tendrían que pagar.

Fueron inscritos en un programa de reeducación. Durante tres años estudiarían la lengua, filosofía, religión y costumbres babilónicas. Comerían de la mesa real, no como un honor… sino como un intento de borrar sus raíces y rendir homenaje a los ídolos paganos. Incluso les cambiaron el nombre:

«…y a Daniel le asignó el nombre de Beltsasar, a Ananías el de Sadrac, a Misael el de Mesac, y a Azarías el de Abed-nego» (v. 7).

Así opera el mundo: quita, confunde, rebautiza. Pero Dios sigue viendo. Y si tú permaneces fiel, tu identidad no la define un imperio, una etiqueta o una herida… sino el Dios que te llamó por nombre desde antes de nacer.

¿Te han tratado de redefinir? Recuerda: tu verdadero nombre está escrito en el corazón de Dios.

Cuando el mundo quiera cambiar quién eres, afirma con convicción a quién perteneces.

Adaptado de la guía de estudio, Daniel -El modelo de Dios para el futuro, publicado por Insight for Living. Copyright © 2002 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.