Giezi, criado del profeta Eliseo, fue el portador de noticias que Naamán, militar sirio, no quería oír. Como resultado, el soldado estalló en una rabieta. Pero, ¿saben lo que sucedió después? Naamán finalmente hizo precisamente lo que le fue dicho que hiciera, y recibió el resultado milagroso que se le había prometido (2 Reyes 5:14).

A diferencia de muchos a quienes usted y yo ayudamos en el ministerio, Naamán volvió para agradecer a Eliseo y a Giezi. Estaba tan abrumado, que ofreció un considerable regalo de gratitud. Eliseo rehusó todo agradecimiento tangible (5:15-19). Pero ese no es el fin del cuento. Naamán le ofreció a Giezi un regalo también. Muy adentro del corazón del criado de Eliseo se agazapaba una bestia silenciosa del alma. Tal vez es el peligro más sutil que todo pastor o siervo de Dios debe enfrentar: la codicia oculta.

Ese es el deseo secreto, al rescoldo, de recibir recompensa, aplauso y exaltación. Eliseo dijo: “No.” De ninguna manera quería que el militar pudiera decir: “Eliseo hizo eso debido al lucro que podía obtener,” lo que llevó al profeta a responder como dijo: “No tomaré nada” (5:16). Pero Giezi estaba cortado de otra tela. Tal vez se había hastiado de sentirse usado y menospreciado, o tal vez simplemente tenía apenas lo suficiente como para a duras penas comer. Sea cual haya sido su razonamiento, tenía unos cuantos sentimientos personales muy fuertes, puesto que reconsideró la decisión de Eliseo (5:20), falsificando el relato cuando fue para encontrarse con Naamán (5:22), e intentó cubrir su huella cuando más tarde se presentó ante su amo (5:25). El fin de Giezi fue trágico.

Al descubierto y severamente juzgado, Giezi experimentó un castigo horrible: lepra (5:25-27). Giezi no sólo había ido en contra de la decisión del profeta, sino que le había mentido cuando le confrontó respecto a sus obras.

El criado tuvo que rendir cuentas. El rendir cuentas es esencial a fin de que todo siervo de Dios permanezca puro, y sea barro maleable en las manos del Maestro.

Francamente, me siento agradecido porque tales consecuencias extremas no nos suceden hoy cuando nuestros motivos son errados. Si lo fueran, nuestras iglesias estarían llenas de leprosos, empezando con la mía. ¡Cuán esencial es este recordatorio!

—Chuck