En artículos recientes me he referido a que los siervos de Dios a veces sienten como que la gente se aprovecha de ellos y no les aprecia como es debido, que les falta el respeto y les lanza resentimiento inmerecido, y que tienen un anhelo oculto de recibir la recompensa debida.

De estos peligros muy reales y comunes brotan por lo menos tres lecciones permanentes que nosotros, los pastores, debemos recordar.

Lección uno: Ningún siervo de Dios está completamente seguro. ¡Esta es una verdad que cuesta aceptar! Los que damos y damos nos volvemos cada vez más vulnerables con el paso del tiempo (lea Juan 15:20). A decir verdad, habrá ocasiones en que se aprovechan de nosotros. Sentiremos como que nos utilizan, e incluso que nos utilizan mal. Nos sentiremos mal apreciados. Pero al darnos cuenta de antemano de que esto va a suceder, estaremos mejor equipados para enfrentarlo cuando suceda. La perspectiva apropiada nos guardará de tropezar contra el peligro. Apóyese firmemente en el Maestro Jesucristo al servir a otros.

Lección dos: La mayoría de nuestras obras inicialmente no recibirán ningún reconocimiento. Ese es un axioma básico con el que debemos vivir y que debemos aceptar (lea Hebreos 6:10). Si usted es un ministro de aquellos que necesitan muchas palmaditas de parte de la gente, que tienen que recibir aprecio antes de poder continuar por mucho tiempo, será mejor que vuelva a examinar sus motivos. Lo más probable es que la mayoría de las veces a usted se le pasará por alto, se lo pondrá detrás de bastidores y usted permanecerá virtualmente desconocido. Su recompensa no vendrá desde afuera sino desde adentro; no de la gente sino de la satisfacción que Dios le da en su corazón.

Mucho del ministerio requiere esta mentalidad. Los pastores solemos pararnos junto a la puerta de la iglesia después de nuestros sermones y estrechamos las manos de la gente mientras todos nos dicen cosas lindas (mi amigo Howard Hendricks llama a esto “la glorificación del gusano,” descripción con la que ciertamente concuerdo). Pero, en realidad, si predicamos sólo por esos pocos momentos de lisonja —y la mayoría de nosotros no somos así— nos hemos equivocado de oficio.

Lección tres: Debemos investigar honestamente todos los motivos. Antes de saltar a una conclusión o tomar una decisión, piense en preguntarse usted mismo por qué (lea Hechos 24:16). Antes de aceptar algún regalo tangible de gratitud (y hay ocasiones en que esto es perfectamente aceptable), examine sus razones para hacerlo.

Examinemos continuamente nuestros motivos, siervo colega.

—Chuck