Me he dedicado al estudio serio de las Sagradas Escrituras por más de cincuenta años de mi vida. En todo ese tiempo he hallado sólo un lugar en donde Jesucristo, en sus propias palabras, describe a su propio “hombre interior.” Al hacerlo, Él usa sólo dos palabras. A diferencia de la mayoría de celebridades, esas palabras no son fenomenal o grandioso. Jesús ni siquiera menciona que era un conferencista muy solicitado.

Aunque es verdad, no dijo: “Yo soy sabio y poderoso,” o “Yo soy santo y eterno,” o “Yo soy la Deidad todosapiente y absoluta.” ¿Recuerda usted lo que Él dijo?

Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas (Mateo 11:28–29).

Soy manso. Soy humilde. Ambos, términos de siervo. “Manso” quiere decir fuerza bajo control. Se lo usa para un caballo brioso que ha sido domado. “Humilde de corazón” quiere decir precisamente eso; la palabra es imagen de alguien que ayuda. El desprendimiento y la sensibilidad brotan en esa descripción. Sin embargo, no quiere decir débil e insignificante.

Francamente, hallo significativo que cuando Jesús levanta el velo del silencio y de una vez por todas nos da un vislumbre de sí mismo, la composición real de su persona interior, usa los términos manso y humilde de corazón. Cuando leemos que Dios Padre está comprometido a formarnos a la imagen de su Hijo, cualidades tales como éstas es lo que Él quiere ver que brotan. Nosotros, los pastores, nunca somos más semejantes a Cristo que cuando encajamos en esa descripción que Él da de sí mismo.

Y, ¿cómo se revelan esas cosas? ¿De qué manera las revelamos mejor? En nuestra obediencia. El servicio y la obediencia van juntos como siameses; y la mejor ilustración de esto es el mismo Hijo que abiertamente confesó: “nada hago por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo. . . . yo hago siempre lo que le agrada” (Juan 8:28–29).

En otras palabras, la descripción propia que Jesús da se verificó en su obediencia. Como ningún otro que jamás ha vivido, Él practicaba lo que predicaba. Esa es mi meta también. ¿Es la suya?

—Chuck