Érase una vez cuando nuestras casas y oficinas zumbaban con carcajadas. Como familiares y colaboradores, interactuábamos unos con otros en casas y pasillos, por el refrigerador, en la cocina, sentados en porches o en una plaza. Las ideas se compartían, y los gestos eran expresados libremente. Los sentimientos de afirmación eran enfatizados por sonrisas y apretones de manos. Los estrujones amistosos y los abrazos de costado eran comunes.

Pero ya no es así.

¡Hoy entre a cualquier área de trabajo y sentirá que acaba de entrar a la biblioteca pública! En lugar de tener la nariz pegada a un libro, cada persona está pegada a su computadora o mirando fijamente a un teléfono portátil, escribiendo con pulgares. . . nunca mirando hacia arriba.

En tiempos pasados, correríamos con un buen amigo varios días a la semana y permaneceríamos en contacto. Platicaríamos con un vecino mientras cortábamos el pasto del jardín. Conoceríamos a la persona que está sentada junto a nosotros en el avión. Pero no ahora. Los siempre presentes auriculares del iPod pegados a nuestras orejas, comunican abiertamente que: "¡no quiero hablar, no quiero que me interrumpas—he bajado 3,500 canciones que deseo escuchar!" El contacto visual es una cosa del pasado.

Ayer, conocíamos a numerosas personas—profundamente. Hoy, ni siquiera sabemos quien tiene una lucha o ni siquiera quien está enfrentando un asunto de vida o muerte. La mayoría de nosotros no podríamos mencionar los nombres de los hijos de otra persona. Ayer, parlotearíamos con amigos íntimos. Hoy, "les mandamos un texto." ¿No se le hace extraño? Estamos más en contacto con algún conocido en Facebook o con un compañero de la universidad de antaño que vive en otro estado que con la persona que ocupa el escritorio adjunto o con aquella señora que vive a dos puertas de su casa. El Llanero Solitario, quien fue un héroe imaginario, es ahora nuestro modelo—con máscara y todo.(Con énfasis en la palabra, Solitario).

Nuestros archivos en la computadora están llenos de múltiples columnas de nombres—llamada "lista de contactos". Pero ha decir verdad, algunos de nosotros nos avergonzaríamos en admitir que de necesitar a un "amigo íntimo" (hablo de alguien que viniera y estuviera con nosotros sin preguntar el por qué), se nos haría difícil mencionar a cinco personas en esta categoría.

¿Puede usted nombrar a cinco?

¿No se pregunta ocasionalmente quién será la octava persona que cargará su ataúd? Y una última pregunta: ¿Podrá la pena de su pérdida evitar que revisen su celular durante el servicio funerario?

—Chuck