Qué refrescante es el encontrar a individuos que se dan cuenta que es gracias a sus padres que tienen lo que tienen en la vida. Marian Anderson fue uno de esos individuos.

Ella tenía una magnífica voz de contralto que le dio una fama mundial.

Una vez un periodista le pidió que nombrara el momento más grande de su vida. Aquellos que se encontraban en el mismo cuarto se preguntaban lo que ella diría.

Había tantos grandes momentos, como la noche en la que Arturo Toscanini dijo públicamente: "Una voz como la de ella llega una vez al siglo".

O también había aquella vez en 1955 cuando ella se convirtió en la primera afroamericana en cantar con la Compañía Metropolitana de Opera en Nueva York.

O ella pudo haber mencionado como al año siguiente su autobiografía, “Mi Señor, ¡Qué Mañana!”, estuvo en la lista de los libros mejor vendidos del New York Times.

O cuando fue seleccionada por el Presidente de los Estados Unidos para ser delegada a las Naciones Unidas.

Ella también había sido invitada a la Casa Blanca para cantar para el presidente así como para la Reina de Inglaterra y su marido. En 1963 se le concedió la codiciada Medalla Presidencial de Libertad.

Y nunca podría ella olvidar el día en que se paró bajo la sombra de la estatua del presidente Lincoln en Washington, D.C., la capital de los Estados Unidos, y cantó delante de setenta y cinco mil personas, incluyendo miembros del gabinete, todos los jueces del Tribunal Supremo de Justicia y la mayoría de los miembros del Congreso.

Pero ella no mencionó ninguno de estos eventos. ¿Su respuesta? Sonrió y miró al periodista al contestar:

"El momento más grande de mi vida fue el día que regresé a casa y le dije a mi madre que ella ya no tendría que lavar ajeno".

¿Qué maravilloso es eso? ¡Cuán raro es eso! Ella nunca se olvidó de sus raíces.

No importa que tan alto suba en el ministerio. . . cuán significativo crea que es. . . o cuánto dinero usted gane.

La gratitud es lo que Dios espera de usted. ¿Por qué? Isaías lo pone de esta manera en la versión Reina Valera:

Mirad a la piedra de donde fuisteis cortados, y al hueco de la cantera de donde fuisteis arrancados. (Isaías 51:1)

¡Qué expresión tan gráfica! Recuerde el hueco de donde vino.

De vez en cuando es bueno regresar mentalmente a la cantera y recordar.

Es asombrosa la perspectiva que esos momentos nos ofrecen.

Recuerde a aquellos que se sacrificaron por usted para que usted se pudiera convertir en quién es hoy. . . aquellos que le conocen, y sin duda le aman más que cualquiera otra persona puede amarle en esta tierra. Recuerde también la gracia de Dios que le sostuvo desde el principio.

La gratitud. Es esencial a veces para recordar " al hueco de la cantera de donde fuisteis arrancados."