Pablo escribió con urgencia: “Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina” (2 Timoteo 4:1–2, RVR). En otras palabras, apéguese al plan de predicación que Dios ha prometido bendecir y usar: predique la Palabra de Dios. ¡Proclame verdades bíblicas! ¡Sea un hombre de la Biblia!

¿Notó otra cosa aquí? Esta exhortación no se dirige al que oye; es para el que habla. El que tiene que obedecer este mandamiento es el que proclama el mensaje. Eso es usted. Ese soy yo. Esos somos nosotros que hemos sido llamados a pasar al púlpito y predicar.

Debemos estar listos para hacerlo a tiempo y fuera de tiempo. Estar listo implica estar preparados tanto mental como espiritualmente. No se esfuerce demasiado por ser tan creativo e ingenioso que la gente se pierde la verdad. No hay necesidad de sustitutos insulsos y ridículos para la Palabra de Dios. Esas cosas pueden entretener, pero rara vez convencen al perdido o edifican a los salvados. Enseñe la verdad.

En esencia Pablo dice: “No seas ocioso. Haz tu trabajo. No pases al púlpito y empieces pidiendo disculpas porque no tuviste tiempo adecuado para preparar. Eso no sirve.” Y prepare su trabajo fielmente; cuando sea conveniente y cuando no lo sea.

Tristemente, en un alarmante número de iglesias hoy, al pueblo de Dios se le está diciendo lo que quieren oír, en lugar de lo que necesitan oír. Se les está alimentando con leche tibia, y no con alimento sólido. Un evangelio diluido atraerá a grandes multitudes (por un tiempo), pero no tiene impacto eterno. No he podido hallar ni un solo lugar en las Escrituras en donde Dios exprese un ápice de preocupación por números crecientes. Satisfacer los oídos curiosos, que tienen comezón, de nuestros públicos posmodernos es tarea inútil.

La tarea del ministro es predicar la verdad. Francamente, me propongo seguir haciendo simplemente eso, por la gracia de Dios, hasta el día en que Él me llame a su hogar. Estoy convencido de que esa debe ser también su pasión. Por eso usted se hizo pastor. Felizmente, hay un cuerpo de creyentes cada vez creciente que anhela mensajes sólidos basados en la Palabra de Dios, y no en la opinión humana.

¿Responderá usted al encargo?

Jesús dijo: “Vayan, pues, a las gentes de todas las naciones, y háganlas mis discípulos; . . . Por mi parte, yo estaré con ustedes todos los días” (Mateo 28:19–20, VP). No hay reto mayor ni promesa más reconfortante. Créala. Confíe en ella. Y por la gracia de Dios, ¡simplemente hágalo!

Estoy justo a su lado.

––Chuck