En el ministerio, la monotonía y la mediocridad a menudo funcionan o encajan como dientes de engranaje. Uno engendra al otro, dejándonos bostezando, aburridos y a la deriva.

Al hablar de la monotonía, no tengo presente una falta de actividad tanto como una falta de propósito. Aún como pastores, podemos estar ocupados, pero aburridos, involucrados pero indiferentes. El ministerio puede llegar a ser tediosamente repetitivo, lánguido, monótono, convencional.

En una palabra, deprimente.

Vea las caras de compañeros en el pastorado cuando ellos no están en el púlpito. Hable con otros ministros en su día libre. Aquellos en el campo misionero son igualmente susceptibles. Muéstreme un individuo que llegó a grandes alturas, cuyo ministerio fue caracterizado por entusiasmo y excelencia, pero que ahora ya no levanta el vuelo, y le mostraré una persona que probablemente ha llegado a ser una víctima de la depresión.

Un ataque de depresión puede sonar inofensivo, pero nos puede dejar en un enredo emocional, preguntándonos seriamente si el ministerio—y a veces, si la vida—vale la pena.

Inclusive durante la monotonía y las aparentes tareas sin sentido del ministerio, ¡Dios está allí! Desde su ayer hasta su mañana—a Dios le importa. Desde las pequeñas participaciones a las grandes intervenciones—Dios sabe. Desde los deberes ministeriales que nunca saldrán en primera plana (que parecen ser meras tareas innecesarias), hasta aquellas cosas que obtienen una atención internacional—¡Dios está involucrado!

Así que la próxima vez que sienta que esos dedos sudorosos, fríos de la depresión le alcanzan para envolverle, ore conmigo: “Desde ayer hasta mañana, Tú Señor, estás allí. ¡Yo te importo!”

—Chuck