Salmo 100:3-5

Los abuelos, qué maravilloso regalo de Dios. Generación tras generación, Él provee un nuevo par de abuelos . . . una siempre-presente contracultura en nuestro mundo tan ocupado. Por si todos los demás lleguen a estar tan involucrados que ya no paran para oler las flores o mirar las pequeñas hormigas en su trabajo, estos adultos especiales son depositados en nuestra cuenta de estilo de vida. Los abuelos han cometido suficientes errores como para entender que el perfeccionismo es un duro capataz y que la culpabilidad autoimpuesta es un asesino endurecido. Podrían ser instructores magníficos, pero sus mejores lecciones son entregadas por contagio, no por enseñanza. Su cristianismo es sazonado, filtrado por el fino cernidero del realismo, las penas del corazón, las pérdidas y la transigencia. Jesús no solo es el Señor de ellos, es su Amigo y Consejero de mucho tiempo. Como un inmenso árbol, ellos proveen una sombra tan necesaria, añaden hermosura a la escena y no les importa que sean aprovechados. Están allí. Aun cuando no pasa nada en especial, allí están.

¿Por qué este surgimiento de lo que algunos llamarían sentimentalismo? Bueno, algunos años atrás mi vida alcanzó una nueva dimensión. Otro sombrero fue añadido a los que ya llevaba puestos. Me doy cuenta de que, con el pasar del tiempo, es el que ha ido incrementando en su importancia. Ryan Thomas nació por parte de nuestro hijo mayor y de nuestra nuera. Un niño de 6 libras con 8 onzas que nos dio, a mi esposa y a mí, la oportunidad de intentar de nuevo . . . solo que esta vez con mucho más que entregar y mucho menos necesidad de impresionar. Por delante nuestro hay una cantidad incierta de años en los cuales podremos invertir nuestro tiempo y energía, nuestro tesoro y nuestro amor. Y aun cuando Webster no reconozca la palabra, abueleando es algo que vamos a disfrutar haciendo . . . a menudo y de manera plena. Fue en el año 1961 que Dios nos permitió llamarnos padres, por primera vez. Qué gracia Él ha demostrado al regalarnos un nuevo título: abuelos. Todavía recuerdo en aquel tiempo haber leído las palabras del general Douglas McArthur, tituladas «La oración de un padre», un escrito hermoso en el que un líder de avanzada edad le pide a Dios que le construya un hijo de carácter fuerte, espíritu humilde, una persona de compasión, determinación, simplicidad y grandeza. Las palabras con las que cierra casi trajeron lágrimas a mis ojos. Después de declarar todas estas cosas por fe, él añade: «Entonces yo, su padre, me atreveré a susurrar: “No he vivido en vano”».

Hoy, esa misma oración está en mis labios y hay lágrimas reales sobre mis mejillas. Esa oración es para ti, Ryan, así como alguna vez fue para tu papá. ¿Y las lágrimas? Bueno, tendrás que acostumbrarte a ellos.

Es algo que ocurre con los abuelitos.

Tomado de Come Before Winter and Share My Hope, Copyright © 1985, 1988, 1994 por Charles R. Swindoll, Inc. Todos los derechos reservados mundialmente. Usado con permiso.