Salmo 78:1-7

Ya es algo negativo que, hasta tiempos recientes, Webster omitiera de su diccionario el término que es sinónimo de la crianza de los hijos . . . ¡pero el hecho de que siga omitiendo el concepto de «abueleando» lo ubica en algún punto entre incompetente e inexcusable! Okey, está bien, no es una palabra, hablando oficialmente. Le falta la raíz suficiente en la tradición lingüística anglosajona para merecer un lugar en las filas de una obra de referencia como es la de Webster. ¿Y a quién le importa todo ese pedigrí a través del cual los términos deben pasar para ser reconocidos en la verbosidad de nuestra cultura norteamericana? A mí no . . . y tampoco les importa a miles de otras personas concienzudas que están haciendo justo lo que Webster ha optado por ignorar.

Webster—ese viejo excéntrico—hubiera sido un buen actor suplente para el Rico McPato. O quizás era como el difunto W. C. Fields y simplemente no le gustaban los niños. Por otro lado, es probable que hacía todo según indicaban las reglas y no dejaba que sus emociones entorpecieran a su contribución literaria.

Qué pena. Tipos que son así harán muy buenos académicos, pero a la gente pequeñita que está buscando faldas en qué sentarse y manos para sujetar y alguien que cante con ellos o que les ayude a aprender a patinar no les importa un comino que haya grados académicos avanzados en escuelas de alta sociedad o trivialidades gramaticales. ¿Qué importa si el caballero de pelo blanco o la agraciada dama separa un infinitivo o deja colgando una preposición? Lo que sí es importante es que los pequeñuelos sepan que alguien está allí en quien pueden apoyarse, con quien pueden hablar, reír, aprender, caminar y, principalmente, a quien pueden abrazar. Y las posibilidades son buenas de que esos mismos adultos no harán un montón de preguntas de esas que los clavan a la pared, tales como: «¿Arreglaste tu cama?», o «¿Has terminado las tareas?», o «¿No es tu turno para lavar la loza?».

El gesto favorito de los abuelos es abrir los brazos, y su pregunta favorita es «¿Qué quieres hacer?», y sus palabras favoritas son: «Te amo, querido». Ellos no buscan errores y fallas; ellos perdonan aquello. Ellos no se acuerdan de que usted se gastó su último dólar de una manera necia; ellos olvidan eso. Y no se saltan las páginas cuando le leen un cuento . . . ni dicen «apúrese» cuando usted quiere ver cuán lejos puede hacer que una piedra llegue al lanzarla rebotando por la superficie del lago. Ellos hasta se detendrían para lamer un helado en cono con usted.

Pero lo mejor de todo, cuando usted desea hablar, ellos quieren escuchar. Los discursos largos en voz alta son desechados . . . así también comentarios como «¡Debieras sentirte avergonzado!» y «¡Eso es tonto!». Es divertido, pero de alguna manera usted tiene la impresión de que el dinero, las pertenencias y la ropa no tienen tanta importancia comparado con usted. Y llegar a tiempo a algún lugar ya no tiene ni la mitad de importancia como lo es disfrutar del viaje.

¿No es bueno Dios? Generación tras generación, Él provee un nuevo par de abuelos . . . una siempre-presente contracultura en nuestro mundo tan ocupado.

Tomado de Come Before Winter and Share My Hope, Copyright © 1985, 1988, 1994 por Charles R. Swindoll, Inc. Todos los derechos reservados mundialmente. Usado con permiso.