Elías estaba en una situación que, desde toda perspectiva humana, era imposible. Pero la buena noticia es que vio más allá de la dificultad. Manejó el problema con fe, no con temor.

Elías había decidido que no se iba a dejar vencer por esa melancolía inicial. La viuda tenía puestos sus ojos en las imposibilidades: un puñado de harina, una minúscula cantidad de aceite, unos pocos leños. Elías se preparó para trabajar y se concentró en las posibilidades.

¿Por qué pudo hacerlo? Porque en él estaba aflorando un nuevo hombre de Dios.

Había estado en Querit. Había visto la prueba de la fidelidad de Dios. Había sobrevivido al arroyo seco. Había obedecido a Dios y, sin ninguna vacilación, se había ido a Sarepta.

Usted no puede hablar de lo que no tiene experiencia. Usted no puede animar a alguien a creer lo improbable si antes no ha creído lo imposible. Usted no puede encender la lámpara de la esperanza de otra persona si su propia antorcha de fe no está ardiendo.

Cuando Elías vio el recipiente de harina y la botella de aceite casi vacíos, dijo, casi con un encogimiento de hombros: «Eso no es un problema para Dios. Entra y prepara esas tortas. Y prepara también algunas para ti y para tu hijo». Luego le dijo por qué. Escuché estas confiadas palabras de fe: «La harina de la tinaja no se acabará, y el aceite de la botella no faltará hasta el día en que el Señor dé lluvia sobre la superficie de la tierra».

¡Qué gran promesa! La mujer debió haber mirado a Elías, a este cansado y polvoriento extranjero, asombrada y perpleja, mientras escuchaba esas palabras de ella jamás había oído antes.

¿Alguna vez ha estado usted en presencia de una persona de fe? ¿Se codeó alguna vez con hombres y mujeres de Dios que no tienen la palabra «imposible» en su vocabulario? Si no ha sido así, encuentre algunas personas así, porque las necesita en su vida. ¡Esta es la clase de asociaciones increíbles que Dios utiliza para desarrollar nuestra fe!