Daniel 4:17

¿Has intentado alguna vez «acomodar» a Dios a tu manera de pensar?

Para Nabucodonosor, los dioses eran manejables. Cada nación tenía los suyos, todos «negociables»: si hacías los rituales correctos, ellos te dejaban en paz o te concedían lo que querías.

Pero el Dios de Israel no encajaba en esa categoría. Era distinto. No se dejaba domesticar. Irrumpía en la vida del rey sin pedir permiso, en los momentos más incómodos. Lo confrontaba por medio de sueños, señales y siervos fieles. Una y otra vez, Dios interrumpía la agenda del hombre más poderoso del mundo para recordarle una verdad incómoda: «El Altísimo domina sobre el reino de los hombres y lo da a quien Él quiere» (cf. Daniel 4:17, NBLA).

Si lo piensas bien, a nosotros tampoco nos gusta mucho ese Dios. Preferimos un dios que bendiga nuestros planes, no un Dios que los cuestione. Uno que suscriba nuestras decisiones, no que las revoque. Queremos al Señor como consultor, no como Rey.

Daniel 4 comienza con un testimonio sorprendente: el propio Nabucodonosor escribiendo a «todos los pueblos» para contar «las señales y maravillas que el Dios Altísimo ha hecho conmigo» (cf. Daniel 4:1–2, NBLA). Antes de narrar su caída, confiesa que Dios venció su orgullo y ganó su corazón.

Tal vez hoy Dios está interrumpiendo tu rutina: un sueño inquietante, una conversación incómoda, una crisis inesperada. No es crueldad; es misericordia. El Dios que no se deja domesticar está llamando a tu puerta, no para arruinar tu vida, sino para rescatarla.

El Dios verdadero no se acomoda a tus planes; te ama tanto que viene a desbaratarlos cuando te están alejando de Él.

Adaptado de la guía de estudio, Daniel: God’s Plan for the Future, publicado por Insight for Living. Copyright © 2002 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.