Proverbos 24, 25

En el devocional anterior descubrimos que para perdonar a alguien debemos comenzar con la decisión de ceder nuestro derecho de hacer justicia para nosotros mismos por el daño que nos han hecho. No es una decisión fácil. Permitir que alguien quede libre requiere de gran sabiduría, valor y fe.

Abrazar la misericordia. Ahora bien, eso no significa que no tenga que olvidar el asunto. Significa que está entregando a esa persona y su sufrimiento ante Dios, confiando en que Él hará lo correcto. Aunque esto es extremadamente difícil de hacer, es más fácil que el paso número dos.

Paso 1: Dejar la justicia en manos de Dios.
Paso 2: Dejar que la misericordia venga de Dios.

Déjeme explicarle lo que quiero decir por medio de una historia real.

Un hombre sufrió la trágica pérdida de su esposa cuando otro hombre la conquistó. Ambos hombres trabajaban para el mismo ministerio cristiano, pero debido a cuestiones administrativas complicadas, el ministerio pudo despedir al hombre adúltero y este se rehusaba a renunciar. (La organización desde ese momento hizo enmiendas a su política interna). La víctima no podía renunciar ni podía encontrar trabajo en otro lugar. Mientras tanto, ambos tuvieron que trabajar cerca durante varias semanas.

El esposo entregó el asunto de la justicia a Dios y se apoyó en las palabras de Deuteronomio 32:35, 36, un pasaje que empieza con la frase: «La venganza es mía, yo pagaré». De hecho, este hombre se deleitaba en la idea de que Dios iba a hacer justicia pronto y esperaba el día en que su enemigo sufriera la venganza divina y la retribución santa. Pero después de varios días y semanas, nada ocurrió. Ningún castigo, ninguna caída. Con el tiempo, el esposo tuvo que enfrentar un principio muy incómodo:

Dios puede, de hecho, elegir mostrar misericordia al hombre adultero. ¿Qué se puede hacer entonces? Una cosa es confiar a Dios la venganza esperando ver que la justicia se haga en el momento oportuno, pero otra muy diferente es aceptar la decisión de Dios de no castigar y más bien mostrar misericordia. Pero cuando el esposo pudo decir: «Señor, la venganza es tuya. . .  y también la misericordia», este hombre  encontró la paz. Había perdonado a su enemigo adúltero en el momento en que confió en Dios para que Él hiciera justicia y misericordia a su propia discreción.

Una vez que haya logrado ambos pasos —dejar que Dios haga justicia y dejar que Dios actúe con misericordia— estará listo no solo para dar sino también para recibir gracia. De eso hablaremos mañana.

Reflexión: El día de hoy, por cada una de las personas en su lista, repita la siguiente oración:

«Señor, el día de hoy también quiero estar de acuerdo con tu derecho de conceder misericordia inmerecida a ___________________________,  aunque me haya causado mucho daño. Me someto a tu derecho soberano de conceder misericordia a quien quieras. Amén».

Adaptado del libro, Viviendo los Proverbios  (Editorial Mundo Hispano, 2014). Con permiso de la Editorial Mundo Hispano (www.editorialmundohispano.org). Copyright © 2018 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.