Juan 20
Cuando María fue a la tumba de Jesús ese domingo por la mañana y vio la tumba vacía, seguramente ya no podía más. Después de un fin de semana de luto tras pasar por el día horroroso en que vio a la persona más importante de su vida sufrir una muerte insoportable. No es de sorprender que a primera vista asumiera que habían entrado en la tumba por la fuerza, y ahí se derrumbó ella.
La escena nos hace sonreír y simpatizar con ella, lo cual nos recuerda por qué deberíamos amar a María Magdalena. Simplemente porque estuvo ahí. Estaba oscuro todavía, pero María fue a servir como lo había hecho en cada evento importante del ministerio de Jesús.
María Magdalena había seguido a Jesús desde hacía tiempo. Su nombre nos dice que era de Magdala, un pueblo cerca del lago donde vivía Jesús. Seguramente fue ahí donde Jesús la liberó de siete demonios que aterrorizaban su alma. Cuando le devolvió la vida, ella se volvió a Él y lo siguió desde ese día.
Lucas 8 nos dice que María y varias mujeres seguían a Jesús, incluso proveyendo de forma privada para el Maestro y Sus hombres mientras proclamaban y predicaban «por las ciudades y aldeas cercanas. . . la Buena Noticia acerca del reino de Dios» (Lucas 8:1). Las mujeres cocinaban, ministraban, servían y escuchaban las enseñanzas de Jesús; hacían lo que podían para que el ministerio de Jesús siguiera adelante.
Lo que no acabó en los evangelios fue la camaradería que el grupo sin duda disfrutó en la compañía de Jesús. Unidos por una misión, la risa de los hombres y las historias a la luz del fuego seguramente hacían eco en las aguas de Galilea y provocaron un poco de risa a María y las otras mujeres. Este grupo conocía a Jesús como nadie, y lo amaban mucho más.
Por eso María fue a la tumba con especias para el entierro aquella mañana de pascua, para servir a su Amigo y Maestro una vez más. Ella lo siguió hasta el fin.
Pero este no era el fin.
El Señor fue especialmente bueno con María aquella mañana cuando decidió aparecerse a ella primero, incluso antes que a los discípulos y la llamó por su nombre. . . María. ¿Puede imaginarse cómo se habría sentido al mirar a la cara de esta persona y . . . ver a su Señor?
Adaptado del libro, Las Sabias y las Audaces. Publicado por Visión Para Vivir. Copyright © 2023 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.