Salmo 27

El Señor es mi luz y mi salvación,
    entonces ¿por qué habría de temer?
El Señor es mi fortaleza y me protege del peligro,
    entonces ¿por qué habría de temblar?
Salmo 27:1

La una de la mañana llega todas las noches, pero hay una de ellas que nunca olvidaré. Mientras usted dormía profundamente, yo estaba despierto… ¡hablando con Dios como un loco!

Estaba a bordo de un pequeño avión bimotor con un piloto experimentado, descendiendo rápidamente a través de una niebla densa a 200 millas (320 kilómetros) por hora. El piloto se estaba divirtiendo como nunca… pero, francamente, ¡yo estaba muerto de miedo! En un momento dado me miró, sonrió y dijo: «Oye, Chuck, ¿no es genial?».

No le contesté porque estaba orando.

Mientras nuestro avión atravesaba el cielo nublado antes del amanecer, repasé todos los versículos que conocía y confesé todos los errores que había cometido. La comparación más parecida que se me ocurre es ir a un par de cientos de kilómetros por hora por una autopista en hora pico con una sábana blanca en el parabrisas y la radio encendida justo por debajo del umbral del dolor audible.

No podía creer lo feliz y emocionado que estaba mi compañero de vuelo. Su pasajero, sin embargo, tenía diez uñas clavadas en el cojín del asiento. Yo miraba anhelante en busca de algo, cualquier cosa, a través del manto de niebla blanca que nos rodeaba. Puede que nuestro registro de vuelo indicara dos pasajeros en aquella espeluznante mañana de lunes, pero yo puedo dar fe de al menos tres. Una criatura inflexible llamada Miedo y yo compartíamos el mismo asiento.

El miedo. ¡Qué monstruo! Con garras afiladas como cuchillas, goteando la sangre de lo desconocido e invisible. Con una voz penetrante, grita palabras de preocupación feas y destructivas. La mayoría de las afirmaciones del Miedo empiezan con un tranquilo: «¿Y si…?» y terminan con un fuerte “. . . ¡y te arrepentirás!”. Un soplo de su horrible aliento transforma a los santos en cínicos.

El miedo puede cambiar toda nuestra mentalidad. Su mordedura dispara un veneno paralizante en nuestras venas, y en poco tiempo, la duda nubla nuestra visión. Cuando caemos, el miedo nos pisa la cara con el peso de un enorme tanque. . . y se ríe de nuestra condición de inválidos mientras se prepara para otro zarpazo.

Continúa . . .