1 Corintios 15:12-19

Sin la resurrección no habría Domingo de Resurrección. Aún más, sin la resurrección no existiría el perdón de los pecados ni esperanza de alcanzar misericordia y ser abrazado por la gracia. Sin la resurrección no existiría un nuevo comienzo para vidas desperdiciadas. Entonces, los rencores reinarían y abundaría la venganza. Esa es la realidad de la vida sin la esperanza de la resurrección. Es una vida sin perdón. Pero, gracias a Dios, esa no es la realidad. Es no es la manera en que Dios quería ni quiere que nadie viva.

Si lee el libro de Génesis (véase los capítulos 37, 39–45). Cuando José se dio cuenta de que eran sus hermanos los que habían venido a suplicarle alimentos, su corazón se partió; les ofreció perdón y les proveyó de los alimentos que ellos y su padre necesitaban para sobrevivir. Lo que tuvo lugar fue en realidad ¡una grandiosa reunión familiar muy emotiva! José no torturó a sus hermanos ni los condenó a muerte. Podía haberlo hecho, pero no lo hizo. José perdonó a sus hermanos porque comprendió que la vida está llena de esperanza cuando hay la promesa de la resurrección.

Luego leemos la historia de Sansón, en Jueces 14–16. En efecto, este personaje dejó que su lujuria insensata hiciera presa de él. Cuando le cortaron el pelo, perdió su fuerza, su vista y su integridad. Asombrosamente su pelo volvió a crecerle como un maravilloso testimonio de la gracia, misericordia y perdón divinos. Con su fuerza restaurada y, más importante todavía, su relación personal con el Señor renovada completó la misión que originalmente Dios le había llamado a hacer. Eso verdaderamente es gracia. Eso es perdón. ¡Ese es un final feliz!

¿Y qué de la parábola del hijo pródigo? En la versión bíblica de la historia, el padre no le cerró la puerta en las narices al hijo cuando éste volvió a casa con sombrero en mano, sino que más bien corrió con los brazos abiertos para recibirle. Hizo una fiesta para él, y lo recibió de nuevo en su familia. Nada se había perdido. De hecho, su relación personal fue fortalecida por el quebrantamiento del hijo y el perdón compasivo que le dio su padre. ¡El que estuvo perdido había sido hallado!

Este es precisamente el mensaje de la resurrección. ¡La muerte ya no reina sobre nosotros! Hemos sido libertados de la pena de la muerte mediante la resurrección triunfante de Cristo. Si hemos invocado el nombre del Salvador Jesucristo y por la fe hemos creído verdaderamente en Él, entonces, ya no estamos más en nuestros pecados.

Nuestro Señor Jesucristo murió como un cordero para expiar nuestros pecados, pero resucitó en victoria para vencer la muerte y darnos vida eterna. Gracias a Dios, Él ha resucitado, ¡en verdad ha resucitado! y los que creen en Él en verdad son perdonados.

Adaptado de la guía de estudio, Las Tinieblas y El Amanecer. Copyright © 2004 por Charles R. Swindoll, Inc. Todos los derechos reservados mundialmente.