Daniel 2:30
¿Cómo equilibras la audacia con la humildad?
Daniel demostró una valentía impresionante al hablarle con tanta franqueza al rey. Pero no lo hizo con altivez ni arrogancia. Sus palabras estaban llenas de verdad… y de humildad. En un entorno donde los errores costaban la vida, Daniel no titubeó, pero tampoco se exaltó a sí mismo.
«Este misterio no me ha sido revelado por sabiduría que haya en mí más que en cualquier otro ser viviente, sino para dar a conocer la interpretación al rey…» (Daniel 2:30, NBLA).
Daniel tenía el don, sí. Pero sabía que no era el punto. El propósito no era engrandecer al mensajero, sino exaltar al Dios que habla, que revela y que guía. Esa perspectiva lo mantuvo con los pies en la tierra, incluso cuando todos los ojos estaban sobre él.
¡Qué lección tan necesaria en nuestros días! Vivimos en una cultura que premia la autopromoción y celebra a quienes hacen alarde de sus logros. Pero el ejemplo de Daniel nos recuerda que la verdadera grandeza espiritual no se mide por cuánto brillas, sino por cuánto reflejas la gloria de Dios.
¿Te ha confiado Dios una plataforma, una respuesta o una habilidad especial? Úsala con la misma actitud de Daniel: con firmeza, pero sin jactancia. Con autoridad, pero con reverencia. Recuerda que cada oportunidad de hablar, servir o liderar es una encomienda divina, no una vitrina personal.
Dios honra a quienes son lo suficientemente humildes como para no robarle la gloria… y lo suficientemente valientes como para hablar en Su nombre, aun cuando el riesgo sea alto. Esa combinación —audacia y humildad— no nace de la carne, sino del Espíritu. Pídesela a Dios hoy.
La verdadera autoridad no se mide por cuán fuerte hablas, sino por cuán profundamente dependes de Dios al hablar.
Adaptado de la guía de estudio, Daniel: God’s Plan for the Future, publicado por Insight for Living. Copyright © 2002 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.