Pero Dios es tan rico en misericordia y nos ama tanto que, a pesar de que estábamos muertos a causa de nuestros pecados, nos dio vida cuando resucitó a Cristo de los muertos. (¡Es solo por la gracia de Dios que han sido salvados!) —Efesios 2:4-5)
Hace algunos años, mi hermana Luci me hizo una pregunta que nunca antes me habían hecho: «¿Cuál es tu sentimiento favorito? Mi respuesta fue: «Creo que mi sentimiento favorito es la sensación de logro». Me gusta la sensación de completar algo. «Terminado» es una de mis palabras favoritas.
Cuando le pedí que ella respondiera la misma pregunta, me dijo: «Mi sentimiento favorito es la sensación de alivio».
Pensé que era una respuesta excelente. Cuando consulté el diccionario más tarde, descubrí que el sentimiento de alivio significa «la eliminación o el aligeramiento de algo opresivo, doloroso o angustiante».
Esta definición me llevó a una profunda reflexión teológica. En nuestra condición humana, experimentamos múltiples formas de opresión que requieren alivio divino.
- Cuando estamos en dolor físico, el alivio significa que el dolor disminuye.
- Cuando estamos emocionalmente perturbados, el alivio nos calma y nos da una sensación de satisfacción.
- Cuando la culpa nos asalta en la transgresión y buscamos el perdón de Dios, la culpa que nos carcomía como un cáncer desaparece cuando Dios trae alivio.
Pero el alivio más profundo trasciende las circunstancias temporales. Es el alivio espiritual que viene cuando reconocemos nuestra condición desesperada ante un Dios santo y experimentamos Su intervención misericordiosa. Pablo nos recuerda en Efesios que estábamos «muertos en nuestros delitos y pecados», una condición que va más allá de la mera incomodidad física o emocional.
Esta muerte espiritual se manifestaba en nuestra incapacidad para agradar a Dios, en nuestra tendencia natural hacia la rebelión y en nuestra esclavitud al pecado. Estábamos atrapados en un sistema que nos mantenía alejados de la vida abundante que Dios había diseñado para nosotros.
Cuando una relación está tensa, no sentimos alivio hasta haber trabajado a través del doloroso proceso de reconciliación. De manera similar, nuestra relación rota con Dios requería una intervención divina que nosotros no podíamos proveer por nuestros propios esfuerzos.
Sabemos que el Dios Altísimo y soberano es el gobernante sobre nuestras vidas. Por eso, si alguna vez tenemos la sensación de alivio, Dios nos la ha dado. Él es el autor del alivio. Él es quien nos concede la paz, la satisfacción, la tranquilidad. De hecho, creo que el alivio es un sinónimo maravilloso de la misericordia.
La misericordia es la compasión activa de Dios que Él demuestra hacia los miserables. No es piedad pasiva. No es simplemente comprensión. No es mera tristeza. Es una acción divina a nuestro favor a través de la cual trae una sensación de alivio. Cuando estamos en un tiempo de profunda angustia y Dios activa Su compasión para producir alivio, hemos experimentado misericordia.
Esta misericordia se manifestó supremamente en la cruz del Calvario. Mientras estábamos muertos en nuestros pecados, completamente incapaces de responder a Dios de manera genuina, Él tomó la iniciativa e intervino a nuestro favor. No esperó a que mejoráramos nuestra condición espiritual, ni requirió que demostráramos algún mérito previo. En el momento preciso de la historia, justo cuando la humanidad había demostrado completamente su bancarrota espiritual, Dios envió a Su Hijo como nuestra única esperanza de redención.
Esta acción misericordiosa fue extraordinariamente costosa. Implicó que Jesús se despojara voluntariamente de Sus privilegios divinos para tomar forma humana y vivir entre nosotros. Significó que cargara con todos nuestros pecados en Su propio cuerpo mientras colgaba del madero, experimentando la terrible separación del Padre que nosotros merecíamos por nuestra rebelión.
Cuando Pablo escribe «Pero Dios», está introduciendo el contraste más dramático en toda las Escrituras: entre nuestra condición desesperada y la intervención divina. Este «pero» marca el momento donde la misericordia triunfa sobre la justicia merecida, donde el amor divino conquista la muerte eterna, y donde la esperanza emerge victoriosa de la más profunda desesperación humana.
CONCLUSIÓN
El alivio que experimentamos a través de la misericordia de Dios no es temporal sino eterno. No depende de nuestras circunstancias sino de Su carácter inmutable. Cuando comprendemos que nuestro alivio definitivo proviene —no de resolver nuestros problemas sino de conocer a Aquel que los resuelve— encontramos paz en medio de la tormenta.
TRES PUNTOS DE APLICACIÓN:
- Reconoce tu necesidad diaria de misericordia: Cada mañana, recuerda que tu posición ante Dios se basa en Su misericordia que se renueva cada día, no en tu rendimiento.
- Extiende misericordia a otros como reflejo de la que has recibido: Identifica una relación donde puedas demostrar misericordia activa esta semana. Así como Dios no esperó a que fueras digno, busca oportunidades de bendecir a otros.
- Encuentra alivio en la oración confesional: Cuando sientas el peso de la culpa o la ansiedad, acércate confiadamente al trono de la gracia. Practica la confesión honesta como un medio para experimentar el alivio divino.
En un mundo lleno de cargas que no podemos llevar y deudas que no podemos pagar, la misericordia de Dios no solo ofrece alivio temporal, sino que nos garantiza que nunca más tendremos que cargar solos con el peso de la vida.

