Cuando yo era niño, hacíamos nuestras reuniones familiares y vacaciones en la casa de playa de mi abuelo a un lado de la Bahía Carancahua, cerca de Palacios, Texas. Era un lugarcito tranquilo que olía a camarón las 24 horas del día. Pescábamos camarones tempranito en las mañanas, trucha y pargo durante el día, y rodaballo en las noches. ¡Tengo recuerdos maravillosos de esos tiempos!

Mi abuelo materno fue la persona adulta que más influyó en mi vida mientras crecía. Un día me dijo, “Te quiero explicar algo.” Y usó una palabra rara que yo nunca había escuchado: erosión. La ribera que daba a la bahía continuamente estaba siendo carcomida por el golpeteo de las olas y el clima lluvioso. Caminamos cerca del borde, y él midió cierta distancia desde ese punto donde la ribera había sido erosionada, hasta un lugar más retirado de la orilla. Allí él clavó una estaca en la tierra. “Vas a estar aquí el próximo verano,” me dijo, “y mediremos esto de nuevo.”

Cuando regresé el próximo verano habían pasado dos huracanes, varias mareas altas y aguas agitadas. Veinte centímetros habían desaparecido de la ribera. Nunca me hubiera dado cuenta si no la hubiéramos medido. Creo que el próximo año me escribió y me dijo, “Treinta centímetros han desaparecido este año.”

Ninguna de las personas con las que he trabajado en el ministerio, y que han caído en inmoralidad, se han sentado al lado de la cama una mañana pensando: Déjame ver, ¿cómo puedo arruinar mi vida? ¿Cómo puedo hacer una implosión en mi reputación? La erosión no pasa así. Siempre es silenciosa; siempre es lenta; siempre es sutil. Pero su último golpe siempre es severo.

Las palabras de Pablo a los Corintios me agobian, pero también me retan: “Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga” (1 Corintios 10:12). Lo sigue con estas palabras, “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana” (10:13). Aún el apóstol Pablo en el primer siglo vivía con la horrible preocupación de que después de haber predicado a otros él se podría descalificar a si mismo (9:27). Todos los que predicamos debemos recordar esta advertencia solemne.

Cada día es un día en el que yo pudiera comenzar a caer. Cada día es un día que yo pudiera comprometer mi reputación y ponerme a mi mismo en peligro. . .en secreto, sutilmente y en silencio. Y el público nunca lo sabría. . .no en ese momento. Pero yo lo sabría. Los más cercanos a mí algún día lo empezarían a intuir, pero el mundo entero no lo sabría hasta el momento de la implosión final.

Regularmente hago una autoevaluación de mi vida. Mido la profundidad de mi devoción a Jesús para discernir si ha ocurrido algo de erosión en mi compromiso. Mi tiempo diario con Dios es muy bueno para eso. Cuando manejo por la ciudad en mi camioneta también es un bueno tiempo para la autoevaluación. Y por su puesto la Cena del Señor fue diseñada para tal autoexaminación. Cuando me doy cuenta de que la erosión ha ocurrido, no la justifico ni le hago caso omiso. Empiezo el trabajo difícil de arrepentimiento y renovación.

Lenta y constantemente quiero estar acercándome a Jesús en mi vida y ministerio. . .no erosionarme y alejarme de Él. Quisiera lo mismo para usted.

¿No está guardando ningún secreto, verdad?

–Chuck

1 Comments

  • Gracias por sus artículos hermanos Swindoll y Zazueta. Son de mucha bendición para nosotros. La conferencia pastoral por el hermano Carlos en Guatemala el 11 de agosto fue excelente!! Sigan adelante, muchas bendiciones!!

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