Marcos 8:31
El nombre «hijo del hombre» se puede encontrar tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. En el Antiguo Testamento, Dios se dirigió a Ezequiel como «hijo del hombre» más de ochenta veces. (Ezequiel 2:1 es la primera de muchas). Los profetas también usaron
«hijo del hombre» al comunicar la palabra del Señor para indicar la naturaleza temporal y fugaz de la humanidad (Isaías 51:12; Jeremías 49:33).
El Nuevo Testamento presenta un cambio en el que «Hijo del Hombre» se refiere exclusivamente a Jesús. Jesús se llamó a Sí mismo como Hijo del Hombre más de setenta y cinco veces en el Nuevo Testamento, seguramente haciendo de este nombre Su título preferido.1 ¿Por qué lo usaba tanto? Para ilustrar el cumplimiento de la profecía de Daniel 7:13–14.
En Mateo 24, Jesús enseñó a Sus discípulos a prestar atención a las señales del final de los tiempos. Al explicar Su regreso después de Su muerte, resurrección y ascenso, Jesús citó Daniel 7:13 diciendo:
«Y entonces, por fin, aparecerá en los cielos la señal de que
el Hijo del Hombre viene, y habrá un profundo lamento
entre todos los pueblos de la tierra. Verán al Hijo del
Hombre venir en las nubes del cielo con poder y gran
gloria». (Mateo 24:30)
En Lucas 22:69, Jesús se volvió a hacer referencia a Daniel 7 al igual que en Salmos 110:1, esta vez en respuesta al Sanedrín, justo antes de Su ejecución. Los miembros del Sanedrín entendieron inmediatamente lo que Jesús quería decir y sospechando blasfemia, le preguntaron enojados si Él era el Hijo de Dios.
Además de establecerse a Sí mismo como el cumplimiento de la profecía, Jesús se nombró a Sí mismo Hijo del Hombre para recordar a los oyentes (y lectores) de la maravilla de la unión hipostática. (La «unión hipostática» significa que Jesús tiene dos naturalezas distintas, humana y divina, en una sola Persona. Él es completamente hombre y completamente Dios). Colosenses 2:9 dice: «Pues en Cristo habita toda la plenitud de Dios en un cuerpo humano». En otras palabras, Jesús es completamente Dios, la segunda persona de la Trinidad que existe eternamente y de la que originan todas las cosas. Pero también es completamente humano, habiendo nacido, tentado, hambriento, enfadado y finalmente condenado a muerte.
El Hijo del Hombre es la representación perfecta de la humanidad. Él es el segundo Adán (1 Corintios 15:21–22) que redimió a la humanidad haciéndose hombre. Adán fue el primer ser humano, y él y Eva trajeron el pecado y la muerte al mundo. Jesús es la repuesta triunfante al pecado y la muerte; Su vida y muerte expía los pecados de los que creemos en Él, y Su resurrección es la promesa de vida eterna para todos los que pongan su fe en Él. Donde Adán trajo muerte, Jesús trae vida.
Como Hijo del Hombre, Jesús representa la tensión de elegir estar restringido en un cuerpo humano y aun así tener la autoridad y poder del cielo. Se despojó a Sí mismo (Filipenses 2:7) para cumplir con Sus deberes de sacrificio y salvación como Mesías. En Lucas 9:22, Jesús dijo:
«El Hijo del Hombre tendrá que sufrir muchas cosas
terribles —les dijo—. Será rechazado por los ancianos,
por los principales sacerdotes y por los maestros de la ley
religiosa. Lo matarán, pero al tercer día resucitará».
Gracias a que Jesús sí sufrió, sí murió y sí resucitó el tercer día, hoy tenemos en Él un abogado poderoso. Para salvarnos, el Hijo del Hombre dejó Su gloria en el cielo para hacerse hombre y entregarse para ser burlado y asesinado. Y Su compromiso con ser completamente humano es eterno, cuando veamos al Hijo del Hombre, podremos abrazarlo, ver Sus ojos, sonreír y compartir un racimo de uvas con Él. Y conoceremos en Él un amor tan profundo como las cicatrices que Él lleva.
Adaptado del libro, Los Nombres de Jesús. Publicado por Visión Para Vivir. Copyright © 2023 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.