Mateo 21:5
El Antiguo Testamento dice que Dios estableció a reyes para Su pueblo, lo cual no era nada nuevo. En la cultura antigua del medio oriente era muy común tener reyes y reinos. Los reyes eran gobernantes de sus naciones y hablaban con total autoridad a sus pueblos. Los reyes declaraban la ley y desafiaban al que se atrevía a desobedecerla. ¿Le sorprende que en algunas de esas naciones el rey tenía un estatus como de dios?
Pero Dios tenía un propósito diferente para los reyes que elegía: mostrar a través de ellos que Él era el verdadero gobernante. ¿Cómo iban a cumplir eso estos reyes? Respetando la justicia y el gobierno de Dios sobre Israel, proclamando la ley y preservando la justicia, lo cual harían siempre y cuando vieran a Dios como Rey y escucharan a los profetas (1 Reyes 3:28).
Incluso cuando los israelitas deseaban un rey humano por razones equivocadas, siempre estuvo en el plan de Dios establecer un reino terrenal (Deuteronomio 17:15; 1 Samuel 8:4 –5). Prometió un Rey eterno, que se sentaría en el trono de David por siempre (2 Samuel 7:12–13).
El problema fue que los reyes de Dios no lo glorificaron como se pretendía hasta que llegara el Rey eterno. Los reyes se volvieron malos, y eventualmente, los israelitas perdieron posesión de su tierra y el privilegio de tener un representante humano. Como esperaban la restauración del reino, los israelitas pensaban que el Rey de Dios prometido sería un guerrero con un ejército que destruiría a Roma y volvería a establecer un trono terrenal. Cuando Jesús llegó al fin, no cumplía con los requisitos, y muchos, especialmente los líderes religiosos, lo cuestionaron, se burlaron de Él y lo entregaron al imperio romano. Incluso en la cruz, había personas que se burlaban de Él porque decía que era el rey, pero no podía salvarse a Sí mismo (Mateo 27:42).
La gente esperaba un guerreo valiente que volcaría al gobierno romano y recuperaría la tierra de Israel, pero Jesús les mostró algo diferente. Él afirmó la profecía del Antiguo Testamento, Él era el que traería justicia para los súbditos del reino. Y aunque Jesús literalmente le ofreció a Israel el largamente esperado reino de Dios en la tierra, Su reino no era de este mundo. Su justicia llegaría, no de manera militar, sino por la reconciliación con el Padre y una relación restaurada con Él. Los que creyeron en Jesús aceptaron Su reinado. Los que no creyeron se burlaron de Él y lo ridiculizaron.
La gente sigue siendo igual hoy. Entienden el concepto de un rey terrenal, pero les cuesta reconocer a Cristo como el gobernante soberano que juzgará al mundo por su pecado. Se burlan por su falta de fe. Se preguntan por qué nuestro Rey no corrige el mal del mundo.
Como creyentes, puede que nos preguntemos cómo es posible que Jesús sea el rey cuando la justicia y la paz son tan esquivas, tanto en nuestra vida personal como en el mundo que nos rodea. Recuerde lo que dijo el autor de Hebreos acerca de Cristo: «Tu trono, oh Dios, permanece por siempre y para siempre. Tú gobiernas con un cetro de justicia» (Hebreos 1:8).
¿Qué significa esto para nosotros? Que podemos mirar adelante con esperanza sabiendo que Él un día reinará sobre Su reino terrenal (1 Timoteo 6:15; Apocalipsis 19:16). Reinará para que todos lo vean y traerá justicia a los que se burlaron de Él y no creyeron en Él (Mateo 25:41–46).
Guardemos esa esperanza en nuestros corazones cuando nos desanimemos por las injusticias que vemos. Cuando el mundo se burle, recordemos que Cristo volverá para reinar, y deje que esa realidad transforme en la manera en cómo vivimos hoy. Jesús promete justicia y paz y, un día, pondrá todo en orden.
Adaptado del libro, Los Nombres de Jesús. Publicado por Visión Para Vivir. Copyright © 2023 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.