Mateo 20:28
Cuando Mateo tomó su bolígrafo y empezó su biografía, su evangelio, de Jesucristo, él esperaba demostrar a los judíos que Jesús era el Mesías esperado (el Cristo). Sin embargo, tenía que explicar por qué el Mesías no vino como rey conquistador tal y como los judíos esperaban, sino como siervo.
Parte de la explicación de Mateo vino al citar al «príncipe» de los profetas, Isaías, quien predijo la venida del siervo mesiánico (Isaías 42:1–4; Mateo 12:18 –21). Según Isaías (y Mateo), el Siervo Mesías recibiría el Espíritu (Isaías 42:1; Mateo 12:18), gentil y humilde (Isaías 42:2; Mateo 12:19), compasivo (Isaías 42:3; Mateo 12:20), justo (Isaías 42:1, 3–4; Mateo 12:18, 20) y firme (Isaías 42:4; Mateo 12:21).
Estos términos describen a Jesús perfectamente. Pero las descripciones que Jesús da de Sí mismo son igual de convincentes. El nombre favorito de Jesús para referirse a Sí mismo en el evangelio de Mateo era «Hijo del hombre», un título mesiánico que encontramos en Daniel 7:13 –14. El título favorito de Jesús para referirse a Sí mismo era «siervo». Jesús unió los dos en Su gran declaración: «Pues ni aun el Hijo del Hombre no vino para que le sirvan, sino para servir a otros» (Mateo 20:28).
Como diakonos, alguien que sirve para ayudar a otros, la mayor ilustración que Jesús dio de servicio vino cuando Él llevó el delantal de humildad. Aunque ya existía desde la eternidad en «forma de Dios», Jesús tomó «forma de siervo» (Filipenses 2:6–7 LBLA). Y solo horas antes de Su condena y muerte en una cruz, Jesús ató una toalla en Su cintura y lavó los pies de Sus discípulos (Juan 13:4 –11).
Como siervo fiel a Dios Padre, Jesús actuó acorde a la voluntad del Padre (Mateo 26:39; Marcos 14:36; Lucas 22:41– 42; Juan 5:19, 30), comprometiéndose a terminar la tarea. Y aunque otros intentaron persuadirlo (Mateo 16:22–23), «Él con determinación, afirmó su rostro para ir a Jerusalén» (Lucas 9:51 LBLA) para cumplir con la mayor demostración de servicio que haya existido en la historia de la humanidad: «para dar su vida en rescate por muchos» (Mateo 20:28).
Jesús se ofreció a Sí mismo, primero a los judíos como siervo Mesías para cumplir con la profecía y promesa del Antiguo Testamento (Isaías 42:1; 49:6–7; 52:13; 53:11; Romanos 15:8). Pero los judíos «rechazaron» al siervo de Dios, el «santo y justo», el «autor de la vida» (Hechos 3:13–15). Luego, el Siervo Mesías se ofreció a los gentiles por gracia divina para glorificar a Dios (Romanos 15:9). Jesús vino como siervo nuestro para la gloria de Dios (Lucas 22:27).
También por esta razón nosotros, los siervos del Siervo Mesías, debemos servirnos los unos a los otros, «con un afecto genuino y deléitense al honrarse mutuamente. No sean nunca perezosos, más bien trabajen con esmero y sirvan al Señor con entusiasmo» (Romanos 12:10–11). Pero nuestra motivación para el servicio no debe ser el reconocimiento que se recibe al servir en posiciones notorias, tales como predicadores, maestros, ancianos o diáconos. Estos son actos de servicio necesarios; sin embargo, nuestra motivación para servir (sin importar en qué área) debe llevar una actitud de humildad. Debemos servir con humildad a las viudas y a los huérfanos (Santiago 1:27), a los que no tienen hogar, a las prostitutas, a las personas con adicciones, a los que tienen necesidades especiales (tanto mentales como físicas), a los bebés y a los ancianos de la misma manera en que Jesús nos sirvió humildemente.
Y si demostramos el mismo amor y devoción que nuestro Siervo Mesías, entonces un día oiremos el mejor reconocimiento posible: «Bien hecho, mi buen siervo fiel» (Mateo 25:21, 23).
Adaptado del libro, Los Nombres de Jesús. Publicado por Visión Para Vivir. Copyright © 2023 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.