En la mañana del 11 de septiembre de 2001, el sol brillaba contra las torres gemelas del Centro de Comercio Mundial de la ciudad de Nueva York, las cuales se elevaban como dos faros resplandecientes de la ingenuidad estadounidense y del poder financiero del mundo. Los viajeros diarios salían de las estaciones del metro en su recorrido diario al centro comercial en la base de las torres y subían en los elevadores a sus oficinas en el cielo. De repente, como un meteoro precipitándose, un avión comercial secuestrado se estrelló contra el centro de una de las torres. Minutos más tarde, otro avión secuestrado se estrelló contra la segunda torre. Mientras que las llamas cubrían los pisos superiores y el país se tambaleaba por las noticias de los dos estallidos, un tercer avión secuestrado se lanzó contra el Pentágono. Antes que pasara una hora, un costado del centro militar de cinco lados estaba en llamas y ambas torres gigantes del Centro de Comercio Mundial se habían derrumbado, matando a miles de personas inocentes y sepultándolas en montones gigantescos de acero y concreto.

Los Estados Unidos se han enfrentado cara a cara con la peor clase de maldad nacional: el brutal asesinato en masa de ciudadanos inocentes. Cuando se terminó este artículo, los números aún no se habían calculado; el número de las víctimas en los diferentes lugares y el trauma emocional que una acción tan horrible inflige sobre un país.

A medida que los números son calculados en los próximos días, las preguntas acerca de Dios aumentarán. ¿Dónde estaba Él? ¿Sabía Él que esto venía en camino? Si es así, ¿por qué no intervino? ¿Fue su «voluntad» que miles de personas inocentes murieran de una manera tan horrible y sin sentido?

Algunas personas se burlarán de Dios; otras negarán que Él existe. Como cristianos, daremos una buena impresión de fe, pero dentro de nosotros, probablemente nos estemos haciendo las mismas preguntas. ¿Qué estaba Dios pensando?

¿Podemos conocer lo que Dios piensa?

La respuesta sencilla es no. El patriarca Job, cuyo mundo también se volteó al revés en un solo día lleno de desastres, describió las obras de Dios como «inescrutables» (Job 9:10). De acuerdo a la nota del margen en La Biblia de Las Américas, la palabra inescrutable significa literalmente «hasta que no haya escudriñamiento». Pudiéramos buscar la mano de Dios a través de los tiempos, documentando sus obras en suficientes libros para llenar el mundo entero, y aún así nuestra búsqueda para comprenderlo solamente habría comenzado. ¡No podemos investigar a Dios! Nadie puede decir acerca de Su plan, «¡Lo descubrí! ¡Lo he comprendido!»

Una razón del misterio es que Dios piensa y opera en un nivel diferente al nuestro.

«Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos,
ni vuestros caminos mis caminos», declara el Señor.
«Porque como los cielos son más altos que la tierra,
así mis caminos son más altos que vuestros caminos,
y mis pensamientos más que vuestros pensamientos.»
(Isaías 55:8-9)

Como seres humanos limitados, sencillamente no podemos comprender la mente de un Dios infinito. Pablo escribe,

¡Oh, profundidad de las riquezas y de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos! Pues, ¿QUIÉN HA CONOCIDO LA MENTE DEL SEÑOR?, ¿O QUIÉN LLEGÓ A SER SU CONSEJERO? (Romanos 11:33-34)

Como los astrónomos estudiando el cielo de la noche, vemos la inmensidad de Dios, escudriñando su mente buscando razones, motivos, e intenciones. Las torres se derrumban y miles son incinerados vivos mientras lo vemos por televisión, y clamamos, «Dios, ¿qué estás haciendo?» Un hijo único muere, un padre o una madre abandonan a la familia, y le rogamos a Dios que nos ayude a comprenderlo. Aparece una enfermedad, ocurre un accidente, estalla un desastre natural, y miramos hacia arriba buscando respuestas. Pero aun nuestros mejores telescopios teológicos son demasiado débiles para revelar el alcance más profundo de los propósitos de Dios. No importa que tanta educación tenemos, no importa cuánto tiempo hemos caminado con Dios, no importa qué tan perceptivos somos, nunca pudiéramos comprender completamente por qué Él hace lo que hace.

Nuestras limitaciones nos llevan finalmente al ámbito de la fe y nos confrontan con algunas preguntas que sondean nuestra alma:

  • ¿Podemos confiar en un Dios que no comprendemos completamente?
  • ¿Podemos aceptar el hecho de que siempre faltarán algunas partes del cuadro?
  • ¿Podemos aceptar la voluntad de Dios aunque no podamos comprenderla totalmente?

Balanceando los dos lados de la voluntad de Dios

Mientras nos esforzamos por ver a Dios a través de un telescopio, Dios nos ve en todo detalle microscópico desde el principio hasta el fin, desde la concepción hasta la tumba. De acuerdo al salmista, Él conoce «mi sentarme y mi levantarme», y Él aun sabe mis pensamientos y escucha mis palabras antes que yo las diga (Salmo 139:1-2,4). Él «conoce bien todos mis caminos» (v. 3). Y en su libro, Él ha escrito todos «los días que me fueron dados» (v. 16b).

Podemos ver este detallado plan divino para nuestras vidas desde dos puntos de vista al parecer opuestos que siempre debemos mantener balanceados. El primero es el lado de la soberanía de Dios; el segundo el libre albedrío del ser humano.

Lo que Dios decreta

Como el rey soberano del universo, Dios decreta y determina todo lo que ocurre en este mundo. Esto algunas veces es llamado la voluntad «decretada» o «determinada» de Dios. Dios lleva el timón de su creación. No el destino, no la suerte, no alguna fuerza impersonal de la naturaleza, no el mal corriendo locamente sino solamente el Señor está en total control del curso de nuestra vida (vea Isaías 45:6-7).

Esto, también, es un misterio. ¿Cómo pueden las manos de un Dios amoroso trazar un curso para nosotros que incluye dolor y calamidad? Es incomprensible. Pero, si no fuera así, Dios no sería Dios. Él sería un monarca benévolo pero sin poder que se sienta en el cielo retorciendo sus manos, temeroso de que una tragedia inesperada pudiera echar a perder su plan para nuestro placer y comodidad. No, si Dios es verdaderamente Dios, Él es soberano. Y si Él es soberano, Él abarcará todo lo que ocurre.

Habiendo dicho esto, necesitamos notar que hay ciertas cosas que Dios no puede hacer. Por ejemplo, Él no puede mentir y no lo hará (Números 23:19; Hebreos 6:18). Él no puede tentar a nadie a pecar y no lo hará (Santiago 1:13). Él no puede negarse ni contradecirse a sí mismo y no lo hará (2 Timoteo 2:13). Dios es eternamente consistente.

Por lo tanto, podemos hacer cuatro declaraciones acerca de la voluntad decretada de Dios. Primera, es absoluta. Segunda, es inmutable, o inalterable. Tercera, es incondicional. Y cuarta, está en completa armonía con su plan y con su naturaleza; esto es, nunca contradice su santidad, su juicio, su justicia, ni su bondad.

Este cuarto punto en particular nos calma cuando estamos en mares tempestuosos, como el que estamos experimentando ahora después de los ataques al Centro de Comercio Mundial y al Pentágono. Como Dios es bueno, su plan últimamente nos lleva a un buen final.

Y sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, para los que son llamados conforme a su propósito (Romanos 8:28).

Satanás pudiera tratar de utilizar las pérdidas y los fracasos, las tragedias y los ataques terroristas para destruirnos, pero este versículo nos asegura que Dios siempre tiene la última palabra. Cualquier cosa que Satanás trata de hacer para mal, Dios lo cambiará para bien. Dios establece el curso, no Satanás, y podemos descansar en Su plan.

Lo que Dios permite

Desde el punto de vista del «libre albedrío», vemos una perspectiva diferente de la voluntad de Dios. Dios verdaderamente es soberano, pero bajo su sombrilla de control, Él permite opciones, algunas de las cuales son malvadas. Esto es llamado la voluntad permisiva de Dios.

Bajo la voluntad permisiva de Dios, somos responsables de nuestras propias decisiones. No podemos culpar a Dios por nuestro pecado. El alcohólico, por ejemplo, no puede excusar su adicción diciendo, «No tuve opción, Dios “decretó” que yo fuera alcohólico.» Dios no «decreta» que nadie peque (vea Santiago 1:13-15). Más bien, dentro de su voluntad permisiva, Él nos da la libertad de elegir entre la justicia y el pecado, y con esa libertad viene la responsabilidad tanto de la elección como de las consecuencias. Las consecuencias pudieran ser horribles, para nosotros personalmente . . . y para aquellos cuyas vidas destruye nuestro pecado.

En un mundo pecador, personas inocentes sufren. Pero en medio del caos, la mano de Dios está tejiendo un diseño para un propósito divino que no podemos comenzar a comprender. Vemos los hilos sueltos, rasgados, y nos duele el corazón de pesar y dolor. Sin embargo, Dios ve el cuadro completo, y podemos extraer consuelo de la esperanza de que algún día, nosotros también lo veremos.

Porque ahora vemos por un espejo, veladamente, pero entonces veremos cara a cara; ahora conozco en parte, pero entonces conoceré plenamente, como he sido conocido (1 Corintios 13:12).

Conclusión

El 11 de septiembre de 2001, nuestros enemigos atacaron los Estados Unidos con armas más poderosas que bombas atómicas: las armas del temor y el odio. Ellos tenían la intención de derribar las torres gemelas de la valentía y la fe que han caracterizado a los Estados Unidos desde su comienzo. Sin embargo, podemos elegir no convertirnos en víctimas de esos ataques. Podemos resistir el temor que nos paralizaría con la esperanza del evangelio, y con el amor de Cristo, podemos desafiar el odio que destruiría nuestra alma. Tomemos una postura firme contra los ataques de Satanás con la armadura completa de la verdad y la justicia de Dios. Y aferrémonos a nuestra fe en medio de esta tragedia, demostrándole al mundo que, como Pablo escribió, «en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó» (Romanos 8:37).

Adaptado del sermón «Foundational Principles about God’s Will [Principios fundamentales acerca de la voluntad de Dios]» de Chuck Swindoll, de la guía de estudio bíblico The Mystery of God’s Will [El misterio de la voluntad de Dios], (Anaheim, Calif.: Insight for Living, 2000), pp. 1-5. Guía disponible solamente en inglés.