El recetario de la Sra. Moisés, probablemente contenía una sección titulada “Mil Maneras para cocinar Maná”. Y si no me equivoco, las llevó a cabo todas . . . varias veces. Lo que el mate es para los argentinos, las arepas para los colombianos, las pupusas para los salvadoreños y los frijoles pinto para los mexicanos, el maná lo fue para los ambulantes hebreos por 40 años (Éxodo 16:35). Lo hirvieron, lo hornearon, lo pusieron a las brasas, lo molieron, lo comieron frío, caliente, crudo, cocinado, lo rebanaron para sándwiches, lo espolvorearon en el cereal –lo que a usted se le ocurra, ellos lo hicieron. Cuando todos se juntaban en la mesa para comer, nadie hacía la famosa pregunta, “¿Qué hay de cenar?” sino, “¿Y cómo lo preparaste?” La hora de la comida era tan emocionante como ver agua hervir. Los sonidos más comunes alrededor de la mesa no eran mordidas ni sorbidos; eran síntomas de náuseas. ¡Ellos odiaban el maná! El libro de Números nos dice que estaban cansados de ver tanto maná (Números 11:6). Todos se acordaban del pescado, los pepinos, las cebollas, el ajo y los melones que comían en Egipto – ¡y hay que estar muy desesperado como para desear un platillo con esta variedad!
¡Un momento! ¿Qué hay de malo con todo esto? Cuando analizamos detenidamente las circunstancias en las cuales se encontraban los hebreos, entonces vemos un escenario totalmente diferente. Permítame explicarle, ellos no tenían que trabajar para comer, ni para comprar ropa. . .al menos ¡no lo hicieron ni un solo día por cuarenta años! De hecho, Dios les hizo que lloviera “pan del cielo. . .comieron pan de ángeles” (Salmos 78:24-25). Acompañado el milagro matutino era la fiel nube de día y el consolador fuego de noche (Éxodo 13:21-22) que les daba la visible seguridad de la presencia y protección del Señor. Al darles sed, Dios los saciaba con agua que corría de rocas como ríos (Salmos 105:40). Esa gente disfrutó de un servicio abastecedor sin ningún costo alguno, de un servicio inimitable, sin tener que trabajar, ni tener que molestarse. Todo lo que tenían que hacer era llegar, comer, limpiar y mirar hacia arriba, y aun así llegaron al punto de menospreciar el pan de los ángeles. Y habiendo tenido mucho más de lo necesario, todavía querían más, querían variedad. Al haberse hastiado del maná, pidieron carne.
Éxodo 16:4, nos da una mejor percepción la cual usualmente es pasada por alto:
Entonces el Señor le dijo a Moisés: “Voy a hacer que les llueva pan del cielo. El pueblo deberá salir todos los días a recoger su ración diaria. Voy a ponerlos a prueba, para ver si cumplen o no mis instrucciones”.
Observe cuidadosamente lo que dicen las últimas ocho palabras. El maná era más de lo que a simple vista parecía ser –básicamente, era una prueba. Una prueba cuidadosamente planeada, sabiamente implementada y administrada diariamente por Dios. (Note las palabras todos los días). Dios diseñó la dieta diaria y semanal como una prueba de su obediencia, su paciencia, su determinación a pesar de la monotonía del maná.
Y ellos reprobaron el examen.
Cuando era niño, la familia Swindoll ocasionalmente disfrutaba de una reunión familiar en la cabaña de la bahía de mi abuelo que se encontraba cerca del Golfo en el sur de Texas. Debido a que la familia era numerosa, contratábamos al mismo cocinero cada vez que nos reuníamos. Su nombre era Panchito. Su pronta sonrisa y pintorescos comentarios dejaron recuerdos imborrables en mi memoria. Recuerdo estar parado junto a Panchito durante un atardecer, observándolo untar la salsa en los pedazos de carne que lentamente se cocinaban sobre el carbón. Me contaba de su vida que había sido marcada por aflicciones y tragedia. Frotó su mano grande y curtida por mi pelo mientras se arrodillaba para quedar a mi estatura y dijo:
Pequeño Charles –lo más difícil de la vida es que es diaria.
Es diaria . . . ¡Fácil decirlo, pero terriblemente cierto! Las pruebas que llegan como rayo, y que no duran más que unos momentos, seguido provocan más que un breve estruendo. Pero los maratones –las implacables, e incesantes, continuas, persistentes y duraderas pruebas que no se van ah, éstas son las que dejan moretones, pero que a la misma vez desarrollan nuestro carácter. Debido a que la virtud no es hereditaria, Dios dispensa Su “prueba del maná” a cada santo de cada generación, esperando ver si habrá un apetito celestial que acepte comida celestial.
Cualquiera que sea su circunstancia –por mucho que ésta haya durado– dondequiera que se encuentre el día de doy, lo dejo con este recordatorio: entre más fuertes son los vientos, más profundas son las raíces . . . y entre más duren los vientos, más hermoso es el árbol.