Poco después, Jesús comenzó un recorrido por las ciudades y aldeas cercanas, predicando y anunciando la Buena Noticia acerca del reino de Dios. Llevó consigo a sus doce discípulos, junto con algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malignos y enfermedades. Entre ellas estaban María Magdalena, de quien él había expulsado siete demonios; Juana, la esposa de Chuza, administrador de Herodes; Susana; y muchas otras que contribuían con sus propios recursos al sostén de Jesús y sus discípulos. (Lucas 8:1-3, NTV)
Uno de los más grandes enigmas en el ministerio de Jesús es el dinero. ¿De dónde venía? ¿Quién pagó por los viajes, la comida y el alojamiento para doce hombres durante tres años? Nadie recogió una ofrenda o pidió fondos. Jesús no recibió honorarios por Sus discursos imprevistos.
Los fondos provinieron de una fuente inesperada. Una gran parte de la causa de Jesús fue apoyada por mujeres quienes derramaron su propio dinero como aceite precioso para permitir que Jesús enseñara y entrenara, moviéndose con libertad a través de la región de acuerdo a los deseos de Su Padre.
Ellas no eran “fanáticas” de Jesús, aunque sin duda sus intenciones eran probablemente a menudo malinterpretadas. Estas generosas mujeres eran genuinas discípulas que siguieron, sirvieron, escucharon y obedecieron a Jesús. Mientras que el discípulo típico alrededor de Jesús fue “llamado”, estas mujeres simplemente vinieron.
De todas estas mujeres, solo de algunas pocas quedaron registrados sus nombres Juana quien pertenecía a la alta sociedad de Herodes, Susana, María la madre de Santiago y María Magdalena (la única que tiene registrado algo de lo que dijo en las Escrituras). Sin embargo, ¿cuantas veces habrán estado estas mujeres en la misma habitación mientras Jesús enseñaba, atendiendo detalles o sirviendo la mesa? Como de costumbre, Jesús no las habría hecho retirar como lo hacían los otros rabinos en esos días o desestimado cuando Él y los hombres se quedaban hasta tarde hablando a la luz de una fogata. ¡Qué historias podrían haber contado estas mujeres!
Su devoción tenía unas dimensiones puras y profundas. Por cierto, estas mujeres tenían otras virtudes, pero ellas estaban conformes con dar y dar y dar. Servir a Jesús fue la realización de sus vidas. Fue su propósito. Su sacrificio no era más que una muestra de su agradecimiento.
Quizás intensificado por el estima no convencional dado a ellas por Jesús, es que estas mujeres tomaron a Jesús en serio, tal vez mucho más que los mismos hombres. Llámelo intuición o experiencia personal, pero estas mujeres sabían que Él era el Mesías. Después de todo, Jesús las había rescatado: algunas del terror demoniaco, otras de la enfermedad física y a todas de la oscuridad espiritual.
Por eso ellas lo siguieron con tenacidad y devoción, sin importar el costo. Nunca se jactaron de cuan valiosas eran para los seguidores. Sin embargo, estuvieron presentes en los lugares y momentos donde más importaba: en la cruz y en el sepulcro.
Con seguridad deben haber sido de gran importancia para Jesús, quien notoria y abiertamente rompió las reglas culturales de la época para ayudarlas, y con seguridad Él debe haber significado el mundo para ellas.