Salmo 32:5

Mi pecado te declaré. . .
Y tú perdonaste la maldad de mi pecado.

Salmo 32:5

Como un duchazo de agua fría, limpiador, en un día caluroso, sudoroso, el perdón de Dios nos limpia no solo de los pecados sino también de la culpa que nos atormenta. Dios va a lo más profundo de nuestro ser y provee ese magnífico alivio que solo Él puede dar: PAZ. . .

Si usted está albergando algún pecado –sí está escondiendo unas cuantas regiones secretas de pecado– no espere disfrutar la libertad de la culpa, hijo o hija de Dios. Hay una acción, no dicha, enhebrado en todas las Escrituras. El pecado secreto no puede coexistir con la paz interna. La paz vuelve solo cuando confesamos por completo nuestros pecados y los olvidamos. Pocos hostigamientos son más agobiantes que el hostigamiento de una conciencia no perdonada. ¡Es horroroso! Y pocas alegrías son más aliviadoras que tener los pecados perdonados. ¡Es maravilloso!

Adaptado del libro, Sabiduría Para el Camino: Palabras Sabias para Personas Ocupadas (Grupo Nelson 2008). Copyright © 2008 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.