Hechos 9: 1—4

El capítulo 9 de Hechos comienza abruptamente. La sangre de Pablo está que hierve mientras se dirige a Damasco con una rabia asesina. Sale por el norte de Jerusalén con una furia como la de Alejandro Magno cuando arrasa a Persia de un extremo a otro, y con la firme determinación de un William Tecumseh Sherman (uno de los generales del Ejército Federal de la Guerra Civil de los Estados Unidos de América), en su cruel marcha a través de Georgia. Pablo estaba a punto de perder el control, con una furia tan intensa que ya no hay vuelta atrás. Esa resolución asesina y ese odio ciego hacia los seguidores de Cristo lo conducen ferozmente a un destino distante: Damasco. De haber sido usted un seguidor de Jesús viviendo cerca de Jerusalén, no habría querido oír el toque de Pablo a su puerta.

Leemos qué: «Mientras iba de viaje, llegando cerca de Damasco, aconteció de repente que le rodeó un resplandor de luz desde el cielo. Él cayó en tierra y oyó una voz que le decía: ‘Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?’» (Hechos 9: 3, 4). Usted casi puede oír el chirrido de los frenos. En ese momento, Dios le puso fin a la cruzada asesina de Pablo.

Y lo hizo de repente. ¡Qué increíble es el Señor! Sin un anuncio previo. Sin un anuncio escrito en los cielos con esta advertencia: «prepárate para mañana, Pablo, por qué te las vas a ver con Dios». El Señor se mantuvo silencioso mientras Pablo seguía adelante con su plan criminal de invadir Damasco. Sin duda alguna, había discutido los detalles con sus compañeros, pero Dios no lo interrumpió. . . hasta ese momento. Intervino en la hora que él sabía que haría el mayor impacto. Sin ninguna advertencia, el curso de la vida de Saulo cambió drásticamente.

Lo mismo está sucediendo hoy en día. Sin ningún aviso previo, la vida da giros repentinos. Quizá sea un accidente trágico que se lleva la vida de su cónyuge. Dios entra de repente en escena y capta su atención. O puede ser la muerte de un hijo. En su hora de mayor aflicción su vida y la de sus familiares son impactadas para siempre. Algunas veces, los giros inesperados de la vida tienen que ver con la caída de un avión, causando una catástrofe que destruye a medio vecindario. O pueden ser las palabras vacilantes de su doctora qué le dice: «Tiene cáncer». Como una ola asesina, la adversidad se estrella contra las tranquilas playas de nuestra vida y nos derriba totalmente. Asombrosamente, el impacto despierta nuestros sentidos, y de pronto recordamos que Dios tiene el control, pase lo que pase.

Adaptado del libro, Buenos Días con Buenos Amigos (El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2007). Con permiso de la Editorial Mundo Hispano (www.editorialmh.org). Copyright © 2019 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.