Hebreos 6:11-12
Nos estamos quedando cortos de águilas, y estamos saturados de loros.
Contentos con posar seguros en nuestras perchas evangélicas y repetir como metralleta y en voz falsete nuestras palabras religiosas, con rapidez estamos siendo sobrepoblados de aves de colores brillantes que tienen barrigas blandas, picos grandes y cabezas pequeñas. Lo que ayudaría a traer equilibrio a esto sería tener muchas más criaturas de ojos agudos y alas grandes, dispuestas a volar más alto y más lejos, explorando las cordilleras ilimitadas del reino de Dios . . . dispuestas a retornar con un breve reporte de lo encontrado, antes de salir del nido una vez más para experimentar otra aventura fascinante.
La gente loro es muy diferente de los pensadores águila. Les gusta permanecer en la misma jaula, repasar el mismo plato lleno de semillas y escuchar las mismas palabras una y otra vez hasta poder repetirlas con facilidad. Les encanta estar acompañados. Mucha atención, una rascada por aquí, una acaricia por allá, y se quedarán en la misma percha por años. Usted y yo no podemos recordar la última vez que vimos volar a uno. A los loros les gusta lo predecible, lo seguro, las acaricias que reciben de su círculo de admiración mutua.
No así las águilas. ¡No existe rasgo de lo predecible siquiera en un piñón de sus alas! Ellas piensan. Les encanta pensar. Se sienten impulsadas en lo interior a buscar, descubrir y aprender. Y eso significa que son valerosas, con aguante mental, dispuestas a hacer las preguntas difíciles mientras evitan la rutina por perseguir con vigor tras la verdad. Toda la verdad. «Las cosas profundas de Dios»—fresca, recién traída de la altura himalaya, donde el aire ligero mantiene los pensamientos puros y claros—en vez de las cansadas y desgastadas destilaciones de la humanidad. Y, a diferencia de los intelectualmente pobres loros, las águilas asumen riesgos al buscar su alimento porque odian todo lo que viene de un pequeño plato de semillas rebuscadas . . . es aburrido, sin lastre, repetitivo y seco.
Si bien son escasas, las águilas no están totalmente extintas en los cielos históricos de la iglesia. Tomás Aquino fue una de ellas, como lo fueron Agustín y Bunyan, Wycliffe y Huss. También lo fueron los escritores G. K. Chesterton, C. S. Lewis, Robert Dick Wilson, J. Gresham Machen, W. R. Nicoll y A. W. Tozer.
Muchos de los reformadores califican, así como John Newton, George Whitefield y una larga lista de personas inconformes—pensadores originales cuyas vidas están entretejidas a través del tapiz de los siglos diecisiete, dieciocho y diecinueve.
¿Y en nuestro tiempo? Podríamos nombrar algunos . . . pero se están volviendo más escasos, mientras la filosofía «Entreténganme» de las escuelas públicas grita más fuerte por la atención que los que ruegan «Háganme pensar».
¿Usted habrá caído presa de una mentalidad similar? ¿Se encuentra usted reposando contento en su percha, picoteando las migajas secas, en lugar de sentir ganas de elevarse a las alturas? Piénselo.
Tomado de Come Before Winter and Share My Hope, Copyright © 1985, 1988, 1994 por Charles R. Swindoll, Inc. Todos los derechos reservados mundialmente. Usado con permiso.